ORAR CON LA BIBLIA

Jesús y la Ley
— por Luis Alonso Schökel

Jesús expone su postura frente a la Ley, la Torá (Mt 5,17-48) Primero, en términos genéricos, incluyendo toda la Escritura en la consabida fórmula «ley y profetas»; después, en una serie de seis contraposiciones agudamente perfiladas, encabezadas por las famosas antítesis de Mateo: «han oído que se dijo… pues yo les digo». Jesús habla con una autoridad que está por encima de la legislación antigua.

Jesús reconduce los mandamientos a su raíz y a su objetivo último: el servicio a la vida, a la justicia, al amor, a la verdad. No opone a la Ley antigua una nueva ley, sino que la transforma y la lleva hacia una radicalidad sin precedentes, rompiendo todos los moldes y criterios que han dado origen a cualquier legislación humana. En el centro de esta parte del sermón del monte está el respeto sagrado a la persona y la denuncia contra todo aquello que, aun camuflado de artificio legal, atente contra la dignidad del hombre y de la mujer.

Pero es, sobre todo, en las dos últimas antítesis donde aparece toda la revolucionaria novedad del mensaje de Jesús, el no rotundo a la ley del talión: «ojo por ojo, diente por diente» (38). ¿No sería utópica una sociedad sin esta ley? En realidad, la ley del talión ha existido en todas las culturas, no sólo en la bíblica, como mecanismo para que la sociedad no se disuelva en el caos de una violencia indiscriminada (p.e., Código de Hammurabi, 1750 aC)).

Aunque su cruda aplicación haya desaparecido prácticamente de nuestro mundo actual, la ley del talión, por más sofisticada que se muestre en nuestros comportamientos individuales o en los códigos legales, sigue estando vigente y considerada como necesaria para asegurar una aceptable convivencia humana. Así, la violencia legalizada y más o menos controlada parece ser la única respuesta para hacer frente a todo otro tipo de violencia que amenace al individuo o a la colectividad. Un ejemplo entre tantos es la pena de muerte.

Jesús propone la subversión de este principio porque corrompe las relaciones de las personas entre sí y con Dios. Este cambio radical sólo podrá partir de la fuerza creadora del amor y será la única respuesta que pondrá fin a toda violencia. No sólo se trata de una no violencia pasiva –«no opongan resistencia al que les hace el mal» (39)–, sino activa: «Pues yo les digo: amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores» (44).

Ésta es la utopía evangélica que propone el sermón del monte: el amor a todos, sin condiciones, tal y como es el amor de «su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos» (45). El amor no tiene límites, como no tiene límite la perfección a la que el creyente tiene que aspirar: «sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo» (48). Imitando de esta manera a Dios podremos crear una sociedad justa, radicalmente nueva.

Quizás tengamos que confesar tristemente que nuestro mundo no está aún preparado para que la ley evangélica del amor sustituya a la ley del talión; pero, precisamente porque hemos tocado fondo en los horrores de la violencia y la violencia institucionalizada está enquistada, Jesús invita apremiantemente a sus seguidores a poner en práctica la utopía del amor evangélico como humilde levadura que producirá el cambio. Mateo lo expresa con sencillez y realismo: «si uno te da una bofetada… al que quiera ponerte pleito… si uno te obliga a caminar mil pasos… a quien te pide prestado» (39-42). Las respuestas podrán parecer absurdas, pero llevan en sí el poder que cambiará el mundo.

Marzo 2025