TESTIGOS DE CRISTO

Entre su Nacimiento en carne mortal y su Manifestación en gloria


Vivimos en el entretiempo de la Primera Manifestación del Señor –su Nacimiento– y su Última Manifestación –en Gloria de Resurrección–. Los cristianos de mediados del primer siglo pensaron que la manifestación última del Señor era inminente, que a ellos los tomaría en vida. Han pasado dos mil años y pasarán muchos más sin que sepamos cuándo se manifestará el Señor en Gloria. En el entretiempo, ¿qué nos corresponde hacer? O mejor dicho: ¿cómo se presenta el Señor en nuestro tiempo? ¿Qué disposición se requiere de nuestra parte para reconocerlo?

Dos testigos nos ofrecen sus pensamientos. Anselmo, monje benedictino, nacido en Aosta, Italia, en 1033, y obispo de Canterbury, Inglaterra, donde murió en 1109. Jan van Ruysbroek, nacido cerca de Bruselas en 1293, canónigo agustiniano, místico, murió en 1381. [F. Q.]

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Deja un momento tus ocupaciones habituales, hombre insignificante, entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones agobiantes y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Reposa en Dios un momento, descansa siquiera un momento en él.

Entra en lo más profundo de tu alma, aparta de ti todo, excepto Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarlo; cierra la puerta de tu habitación y búscalo en el silencio. Di con todas tus fuerzas, di al Señor: «Busco tu rostro; tu rostro busco, Señor».

Y ahora, Señor y Dios mío, enséñame dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo te encontraré.

Si no estás en mí, Señor, si estás ausente, ¿dónde te buscaré? Si estás en todas partes, ¿por qué no te veo aquí presente? Es cierto que tú habitas en una luz inaccesible, ¿pero dónde está esa luz inaccesible?, ¿cómo me aproximaré a ella?, ¿quién me guiará y me introducirá en esa luz para que en ella te contemple? ¿Bajo qué signos, bajo qué aspecto te buscaré? Nunca te he visto, Señor y Dios mío, no conozco tu rostro. [...]

Enséñame a buscarte, muéstrame tu rostro, porque si tú no me lo enseñas no puedo buscarte. No puedo encontrarte si tú no te haces presente. Te buscaré deseándote, te desearé buscándote; amándote te encontraré, encontrándote te amaré. [Del Proslogion de san Anselmo]
 

 O


La segunda venida de Cristo, nuestro esposo, se da todos los días en los hombres buenos, a menudo y repetidas veces, con gracias y nuevos dones en todos los que se sujetan a él según está a su alcance. No queremos ahora hablar de la primera conversión del hombre ni de la primera gracia que le fue dada cuando se convirtió del pecado a la virtud. Sino que hablamos de su crecimiento, día tras día, gracias a nuevos dones y nuevas virtudes y también de la venida en nuestra alma, actual y cotidianamente de Cristo, nuestro esposo...

Hay una venida de Cristo, nuestro esposo, que se realiza todos los días y que consiste en un crecimiento en gracias y dones nuevos, cuando alguien recibe un sacramento con corazón humilde y libre de todo lo que supondría para él un estorbo en el progreso. Es entonces que recibe nuevos dones y crece en gracia por su humildad, y debido a la actividad escondida de Cristo en el interior de los sacramentos...

Esta es la segunda venida de Cristo, nuestro esposo, que se presenta ahora a nosotros, y todos los días. Debemos considerar esto con un corazón lleno de deseo de que se realice en nosotros. Porque nos es del todo necesario si no queremos caer, sino progresar en vida eterna. [De Las bodas espirituales de Ruysbroeck]