PALABRA DEL MES

«Yo, Voto»: Una fábula inédita sobre este personaje
— por Francisco Quijano

En tiempos de malestar, descontento y cólera por cómo van las cosas en el país, suele suceder lo siguiente:

Los gobiernos aplican medidas drásticas para que las cosas dejen de estar como están; o anuncian que van a hacer cosas para que las cosas estén mejor que como estaban, etc.

Los políticos discuten, reclaman unos a otros, se echan culpas de que las cosas estén como están, o proponen hacer cosas para que las cosas estén mejor que como estaban, etc.

Los intelectuales y columnistas examinan, opinan, explican, proponen, escriben para decir por qué las cosas están como están, y cómo podrían estar mejor que como están, etc.

La gente, mucha, la mayoría, unos por aquí, otros por allá reclaman, protestan, exigen que las cosas ya no estén como están; otros, que no hacen bulla, murmuran, critican que las cosas estén como están, etc.

Todo el mundo tiene algo que decir o reclamar... Menos un actor que no dice nada, no protesta, no se queja, no se desalienta, no hace nada, es pasivo.

Todos los demás actores sociales hacen con él lo que quieren, lo desprecian, lo aprecian, se entienden con él, lo desdeñan, lo aprovechan, lo ningunean, etc.

Ese actor se llama: «Voto». En medio del alboroto, conviene prestarle atención, a ver si acaso se logra captar lo que dice en voz baja, muy baja, inaudible...

Yo, Voto, te digo esto...

Mira, sirvo para que pongas y quites gobernantes. Si piensas que no valgo, si me ninguneas, nomás mira cómo, voto por voto, gota a gota, en interminable espera, fue cambiando una votación de rojo a azul. Fíjate que hace cuatro años fue al revés, de azul a rojo, voto por voto, gota a gota...

Hay otras formas de manifestar acuerdo o desacuerdo de lo que hacen los que gobiernan. Imagínate tú, no te lo imagines, mira nomás si para cambiar las cosas tienes que andar de protesta una semana sí y otra también, calentar opiniones adversas, consolidar la intolerancia para que al fin dominen unas opiniones sobre otras, en último extremo hacer que reviente todo para empezar de nuevo...

Un filósofo austriaco, Karl Popper, escribió hace unos años acerca de cómo debe estar constituido el Estado y cuál es el fin práctico de la democracia:

«El nuevo problema ya no se formularía preguntando "¿quién debe gobernar?", sino mediante una pregunta muy diferente: "¿cómo debe estar constituido el Estado para que sea posible deshacerse de los malos gobernantes sin violencia y sin derramamiento de sangre?"» 

Yo, Voto, te digo por experiencia que no cuentes conmigo para garantizar que, al sumar a todos mis colegas que son millones, se puede confiar triunfalmente en elegir a los mejores hombres y mujeres para gobernar.

No. De ninguna manera, no te ilusiones. Mira, no es que yo no quiera contribuir a que se escoja a los mejores gobernantes. Sucede que a mí no se me da esa cualidad de tomar buenas decisiones, como diría el Chavo de Ocho, a mí sin querer queriendo se me chispotea. Yo y mis colegas, que son millones, no servimos para eso. Esa suma de millones puede resultar desastrosa.

Sí te digo esto. Puedo colaborar contigo para corregir estos desastres de votaciones cuando toque otra vez que nos pongamos de acuerdo tú y yo en eso que llaman procesos electorales. Mira, si no, esos cambios recientes de rojo a azul, que antes fueron de azul a rojo. No me ningunees solo porque soy incapaz de ayudarte a elegir a los mejores.

Yo, Voto, te aconsejo, como cosa mía no de otros colegas, que no trates de elegir a los mejores. Piensa al revés, piensa en elegir a los menos peores. No le des vueltas a elegir, de entre los regulares, a los buenos a los mejores. Ve la cosa al revés, de entre los malones, mira a los peores a los muy más peores. Puede que así abras los ojos y llegues a elegir a los menos peores. No vas a desilusionarte.

Yo, Voto, te digo por último que cuentes conmigo, aprovéchame. Mira, yo no hablo y hablo y hablo como los que gobiernan. No discuto y discuto y discuto como los políticos. No reclamo y reclamo y reclamo como tanta gente. Soy mudo, puedes hacer conmigo lo que quieras.

Mi mudez tiene una cualidad. Si te juntas conmigo, si somos colegas tú y yo, te garantizo que esta colaboración es puerta de entrada a un campo de juego en el que puedes hacer muchas cosas.

Ese campo de juego se llama Ciudadanía. Tú comienzas a ser de veras ciudadano, según las reglas que regulan ese juego, cuando vas a la mesa de votación, pides tu papeleta y cruzas la elección de tu preferencia.

Si dejas que otros hagan y deshagan, si eres pasivo –acabo de decirte que el pasivo soy yo– luego no andes quejándote de que los otros hacen y deshacen. Si no lo haces, tendré que decírtelo a las claras: eres un bebé en pañales al que le falta mucho para alcanzar la mayoría de edad ciudadana.