SEMANA XXXIII: EVANGELIOS

Sábado: «Dios no es Dios de muertos sino de vivos»


Evangelio de San Lucas 20,27-40

• Cualquier imagen, concepto, descripción que quisiéramos emplear para referirnos a la felicidad de Dios apenas llegarían, si acaso, a los confines del misterio.

• Jesús usa, sin embargo, la imagen de un magnífico banquete de bodas como símbolo del Reinado de Dios que podríamos referir a ese fin gozoso de nuestra vida.

• En el libro del Apocalipsis tenemos imágenes y símbolos exuberantes de una liturgia celeste de alabanza al Dios que es, que era y que vendrá.

• Toda esta imaginería es necesaria para hablar del destino último de la humanidad, y es también insuficiente e inadecuada.

• La historieta que los saduceos le cuentan a Jesús para poner en duda la resurrección de los muertos es risible, tienen tintes de ridiculez.

• Jesús les responde con una especie de evasiva: «En la vida futura... no se casarán ni podrán ya morir porque serán como los ángeles».

• La clave de toda la polémica acerca de la resurrección es la sentencia contundente de Jesús: «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven».

• Toda la fe y toda la esperanza descansan en esa realidad que lo envuelve todo: Dios, que nos ha creado por amor para compartir con él su felicidad inabarcable, inimaginable, inenarrable, no dejará que se pierda nadie en la nada.

 

Lectura: I Macabeos 6,1-13

• Relato de la depre y la muerte de Antíoco. Quiso apoderarse de la ciudad de Elimaida en Persia y fue derrotado. Supo que los judíos habían derrotado a Lisias y recuperado el Templo de Jerusalén. Y entonces le entró la depre y murió fuera de su patria.

• «No puedo conciliar el sueño –dijo a sus amigos– y me siento desfallecer. Yo me pregunto cómo he llegado al estado de aflicción y de amargura en que ahora me encuentro, yo que era generoso y amado mientras ejercía el poder».

 

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Refelxión: Julián Riquelme

Contexto - Palestina, año 30: Después de la entrada solemne en Jerusalén y de la purificación del Templo, los saduceos polemizan con Jesús. Ellos son más bien un grupo político y no creen en la resurrección de los muertos. - Grecia, año 80: Hay que buscar la resurrección en nuestro interior y trabajar por ella dentro del Imperio Romano.

• Sentido El tema del Evangelio es la "Resurrección de los muertos". En el texto se pueden distinguir las siguientes partes:

• Pregunta (20,27-33). Los saduceos citan la "Ley del levirato" (del latín levir = "cuñado"), atribuida a Moisés (Dt 25,5-10). Según esta ley, cuando alguien ha muerto sin descendencia, su hermano debía casarse con la viuda para perpetuar el nombre y asegurar la conservación de los bienes de la familia. Los saduceos tratan de ridiculizar la fe en la resurrección, al presentarla como un absurdo, desde el punto de vista racional. Lección: El seguimiento de Cristo no es tanto una religión, sino principalmente una fe o seguimiento de la persona de Jesús. Además, la pura razón no puede afirmar ni negar la Vida Nueva del Reinado de Dios. Mientras vivimos en este mundo es mejor aceptar nuestra realidad de peregrinos, nuestra contingencia y nuestra condición de criaturas.

• Presente (20,34-36). “En este mundo” los seres humanos se casan. En el “mundo futuro y de la resurrección” las realidades son muy distintas: “Ya no pueden morir”. El Nuevo Testamento proclama la resurrección de los muertos, como consecuencia de la experiencia de la resurrección de Jesús. El mundo futuro y definitivo ya está aquí y ahora, dentro de nosotros mismos (cf. Lc 17,21). Quienes participan de él, aparecen en el texto con tres características: 1) “Son semejantes a los ángeles”: Viven el Señorío de Dios como lo Absoluto de la existencia. 2) “Son hijos de Dios”: Por amor, se entregan como Jesús al servicio de todos, y, si es necesario, mueren por esta causa. 3) Son “hijos de la resurrección”: Siguen a Jesús como el Mesías y el Señor, que el Padre resucitó, para ofrecer la Paz (hebreo “Shalom”) a la humanidad entera. Moraleja: Lo importante, aquí y ahora, es vivir “el mundo futuro y la resurrección”, a través del compartir con Amor, como lo hizo Jesús, con nuestros semejantes.

• Dios de vivos (20,37-40). “Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza” (cf. Ex 3,6): Ahí Dios se reveló como el fiel a la Alianza, y, por tanto, Abraham, Isaac, Jacob y todos quienes “son juzgados dignos de participar del mundo futuro”, ya están resucitados (Lc 20,35). Solo debido al Amor de Dios, “todos, en efecto, viven para Él”: Si se cree en el Dios de Jesucristo, hay que esperar la resurrección, ocurriendo ya desde ahora en quienes practican la justicia (cf. Mt 25,34-40). Mensaje: A Dios no se le mueren sus hijos. Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente «nueva». Por eso, la podemos esperar, pero nunca describir o explicar.

Solemnidad de Cristo Rey (aquí)