Enrique Ernesto Shaw (1921-1962) fue un empresario argentino –antes oficial de la armada– que vivió su vocación cristiana en el matrimonio y el mundo empresarial. En 1939, siendo aún oficial de la armada, leyó un libro del Cardenal Emmanuel Suhard que lo introdujo en la doctrina social de la iglesia. Contrajo matrimonio con Cecilia Bunge en 1943 con quien tuvo 9 hijos. Quiso ser obrero, pero un sacerdote le persuadió de que realizara su vocación cristiana como empresario. En 1952 fundó la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa. Contribuyó en 1958 a la fundación de la Universidad Católica Argentina, participó en otras organizaciones cristianas, estableció una Casa del Libro para difundir temas de vida espiritual, doctrina social cristiana y ética. A finales de agosto de 2012 concluyó la fase diocesana de la causa para su beatificación que pasará ahora al Vaticano. Presentamos unos pensamientos suyos sobre la eucaristía y el progreso humano. Llama la atención la relación que establece entre el sacramento e ideas que parecerían del todo ajenas a esta realidad de fe. Quizá se debe a que su perspectiva es típicamente laical, lo cual no es usual debido a que estos temas suelen ser tratados por clérigos.
La Eucaristía… y el deber de progreso
La Eucaristía, además de prenda de la vida futura, es encanto de la presente. Ella estimula el gusto de vivir y suscita el ansia de expansionarse, fundiéndose en el misterioso dinamismo de la creación entera. Nos hace presente el mandato bíblico de dominar la tierra y la parábola de los talentos, que nos inducen a estar a la cabeza de todo adelanto técnico que libere al hombre, multiplique su capacidad creadora y evite todo desperdicio de lo material.
El usar todo el potencial de los hombres y de la tierra da un beneficio material pero también deja un beneficio espiritual. Por ejemplo, al quemar racionalmente un combustible y dedicar esa energía a producir bienes o servicios útiles, estoy elevando ese combustible, pues está cumpliendo el fin propio para el que Dios lo creó.
Antes de entrar de lleno en el desarrollo de este tema quisiera hacer dos comentarios. Uno es que me refiero al auténtico progreso, que no es lo mismo que crecimiento cuantitativo sino que incluye el cualitativo, es decir que el bien de la empresa ―y por lo tanto el deber del dirigente de empresa― no siempre coincide con que sea más grande ni con que gane mucho dinero. La experiencia diaria nos muestra que hay empresas chicas que andan bien, grandes que andan mal, que dan muy buenos dividendos pero que por estar constituidas sobre bases falsas ―privilegios estatales, monopolios de hecho, etc.― presentan graves problemas.
Debemos pues no sólo promover el progreso técnico, sino darle un alma cristiana.
La transformación eucarística es el tipo de todo progreso, es la máxima transformación posible, es una permanente invitación a todo verdadero progreso.
Es el símbolo de esa transformación que acontece en el hombre al hacerlo pasar de la condición de pecador a la de santo. Lo es también, secundariamente, de todos los cambios que valorizan una materia dada, en el orden técnico, intelectual, artístico o social. E inversamente, no hay cambio profano que no sea la humilde imagen de la transformación eucarística.
La Eucaristía ―sacramento y por lo tanto compuesta de «materia» y «forma» (materia y espíritu)― nos hace pensar que la empresa también debe ser un instrumento de progreso, de perfección humana y sobrenatural. En otras palabras, que debe ser analógicamente sacramentalizable.
Así como la bendición de un automóvil es un «sacramental» que tiene efectos naturales (por ejemplo que no me distraiga y choque) y sobrenaturales (que use el auto para mayor gloria de Dios), la empresa debe ser tal que no sólo fabrique o distribuya buenos productos sino que sea un ambiente para los hombres que en ella trabajan, que no pervierta ni deforme, sino que contribuya al crecimiento de la vida de Cristo en las almas.
… y el deber de promoción
Es la consecuencia lógica de la enseñanza básica del cristianismo –y de la Eucaristía en particular- sobre la eminente dignidad de todo ser humano.
Santo Tomás manifiesta concretamente que debemos hacer que todo converja al máximo incremento de la personalidad.
El dirigente de empresa, por estar en posición de privilegio, tiene que tomar la iniciativa. Debemos trabajar por la elevación del hombre: somos los responsables de la ascensión humana de nuestro personal, sin trabar por eso, de ninguna manera, su legítima iniciativa y su necesaria responsabilidad.
El dirigente de empresa debe considerar a cada uno de sus colaboradores como un «posible» a quien hay que facilitar su realización, ayudándolo a descubrir todo lo bueno que es capaz de hacer y a desarrollar lo mejor de sí mismo.
La empresa debe ser un instrumento de dignificación humana; el «clima» debe ser tal que contribuya a la ascensión del hombre y le brinde por su trabajo y en su trabajo la mejor de las oportunidades para su desarrollo; el dirigente de empresa debe dar toda la libertad posible para que cada uno sea dueño de sus actos y pueda expresar su personalidad.
La Eucaristía confirma todo esto pues es una prueba más de que Jesús quiso establecer una relación de amistad, lo que supone un intercambio, una donación recíproca; su amor nos ha sido dado para que, a nuestra vez, amemos.
La experiencia diaria nos enseña cómo una madre «conoce» a su hijo -sabe por ejemplo, cuando está enamorado, aunque él no se lo diga- y ello es algo independiente de su inteligencia, fruto de su amor; en otras palabras, lo conoce porque lo quiere. En forma similar quien ama a sus obreros los conocerá mejor y descubrirá en ellos capacidades insospechadas.
Y además, este afán de promoción humana impedirá que nos «instalemos » en el actual régimen económico-social y procuremos en la medida de nuestras posibilidades promover las necesarias reformas de estructura y de clima de relaciones humanas, para lograr esa «promoción» de los trabajadores al orden de dignidad que corresponde al trabajo, a la persona humana y a su familia a que nos llaman nuestros Obispos y nos inspira la Eucaristía.
¡Quién mejor que la Eucaristía proclama la grandeza del ser humano y procura su «divinización»!
* Del libro Y dominad la tierra. Menaje de Enrique Shaw (compilado por Fernán de Elizalde). Buenos Aires, 2010, pp. 68-70. Información completa sobre Enrique Shaw en www.enriqueshaw.com.ar
Responsable: Francisco Quijano OP
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Feberero 2013
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