En estos tiempos de inquietud por la pandemia, las defunciones, el peligro de contagio, la confinación en casa, la incertidumbre... este salmo puede ser un modelo de oración para pasar del desasosiego a la serenidad. Repásalo y medítalo, hazlo tuyo...
Alzo mi voz a Dios gritando, En mi angustia te busco, Señor mío; Sujetas los párpados de mis ojos, ¿Es que el Señor nos rechaza para siempre Y me digo: ¡Qué pena la mía! Dios mío, tus caminos son santos: Tú, ¡oh Dios!, haciendo maravillas, Te vio el mar, ¡oh Dios!, Las nubes descargaban sus aguas, Rodaba el fragor de tu trueno, Tú te abriste camino por las aguas, mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, |
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Al principio, se describe el desasosiego del salmista: suplica, grita, reclama a Dios, extiende sus manos hacia él, no duerme, es incapaz de hablar, su agitación no lo deja en paz. Pese a su perturbación, se esfuerza por recordar las obras de Dios en su vida y en la historia de su pueblo, pero el recuerdo es vano, le asaltan las dudas.
Angustiado, ve un contraste entre las desgracias del presente y los días del pasado en que la misericordia de Dios y su bondad le parecían patentes. Su crisis psicológica es también duda que socava los cimientos de su fe: ¿dónde está Dios? ¿es un Dios fiel? Un psicólogo diría que proyecta en Dios sus dudas: él ya no es el mismo Dios de antes.
A partir de este clímax de angustia y dudas, cambia el tono del salmo. Recordar a Dios y sus portentos, cosa que parecía vana, pasa a ser memoria viva y actual de su presencia, una vivencia personal.
La angustia se desvanece y da paso al encomio de las hazañas de Dios. El salmista se concentra en el hecho central de la fe judía, expresando como una manifestación de Dios en los fenómenos de la naturaleza: la liberación de la esclavitud en Egipto y el paso del Mar Rojo. Hasta parece imaginarse él mismo cruzando el lecho seco del mar con su pueblo.
Ocurre un cambio notable: por unos recuerdos que cobran vida, se pasa del desasosiego a la paz, de las dudas a la confianza. El salmo alcanza tonos épicos y termina en una escena lírica de caráter pastoril: el Señor conduce a su pueblo como un pastor a su rebaño. Estos versos llevan por asociación al Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Responsable de la publicación: Francisco Quijano
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