HIMNOS Y SALMOS

Salmo 77: Un salmo para pasar de la angustia a la serenidad


En estos tiempos de inquietud por la pandemia, las defunciones, el peligro de contagio, la confinación en casa, la incertidumbre... este salmo puede ser un modelo de oración para pasar del desasosiego a la serenidad. Repásalo y medítalo, hazlo tuyo...
 

Alzo mi voz a Dios gritando,
  alzo mi voz a Dios para que me oiga.

En mi angustia te busco, Señor mío;
  de noche extiendo las manos sin descanso,
  y mi alma rehúsa el consuelo.
  Cuando me acuerdo de Dios, gimo
  y meditando me siento desfallecer.

Sujetas los párpados de mis ojos,
  y la agitación no me deja hablar.
  Repaso los días antiguos,
  recuerdo los años remotos;
  de noche pienso en mis adentros,
  y meditándolo me pregunto:

¿Es que el Señor nos rechaza para siempre
  y ya no volverá a favorecernos?
  ¿Se ha agotado ya su misericordia,
  se ha terminado para siempre su promesa?
  ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad,
  o la cólera cierra sus entrañas?

Y me digo: ¡Qué pena la mía!
  ¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!
  Recuerdo las proezas del Señor;
  sí, recuerdo tus antiguos portentos,
  medito todas tus obras
  y considero tus hazañas.

Dios mío, tus caminos son santos:
  ¿qué Dios es grande como nuestro Dios?

Tú, ¡oh Dios!, haciendo maravillas,
  mostraste tu poder a los pueblos;
  con tu brazo rescataste a tu pueblo,
  a los hijos de Jacob y de José.

Te vio el mar, ¡oh Dios!,
  te vio el mar y tembló,
  las olas se estremecieron.

Las nubes descargaban sus aguas,
  retumbaban los nubarrones,
  tus saetas zigzagueaban.

Rodaba el fragor de tu trueno,
  los relámpagos deslumbraban el orbe,
  la tierra retembló estremecida.

Tú te abriste camino por las aguas,
  un vado por las aguas caudalosas,
  y no quedaba rastro de tus huellas:

mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
  por la mano de Moisés y de Aarón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Al principio, se describe el desasosiego del salmista: suplica, grita, reclama a Dios, extiende sus manos hacia él, no duerme, es incapaz de hablar, su agitación no lo deja en paz. Pese a su perturbación, se esfuerza por recordar las obras de Dios en su vida y en la historia de su pueblo, pero el recuerdo es vano, le asaltan las dudas.

Angustiado, ve un contraste entre las desgracias del presente y los días del pasado en que la misericordia de Dios y su bondad le parecían patentes. Su crisis psicológica es también duda que socava los cimientos de su fe: ¿dónde está Dios? ¿es un Dios fiel? Un psicólogo diría que proyecta en Dios sus dudas: él ya no es el mismo Dios de antes.

A partir de este clímax de angustia y dudas, cambia el tono del salmo. Recordar a Dios y sus portentos, cosa que parecía vana, pasa a ser memoria viva y actual de su presencia, una vivencia personal.

La angustia se desvanece y da paso al encomio de las hazañas de Dios. El salmista se concentra en el hecho central de la fe judía, expresando como una manifestación de Dios en los fenómenos de la naturaleza: la liberación de la esclavitud en Egipto y el paso del Mar Rojo. Hasta parece imaginarse él mismo cruzando el lecho seco del mar con su pueblo.

Ocurre un cambio notable: por unos recuerdos que cobran vida, se pasa del desasosiego a la paz, de las dudas a la confianza. El salmo alcanza tonos épicos y termina en una escena lírica de caráter pastoril: el Señor conduce a su pueblo como un pastor a su rebaño. Estos versos llevan por asociación al Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta.
 

Responsable de la publicación: Francisco Quijano