TESTIGOS DE CRISTO

Dos cartas de Santa Teresa de los Andes


Juanita nació en Santiago el 13 de julio de 1900. Sus padres fueron Miguel Fernández y Lucía Solar. Tuvo seis hermanos: Lucía, Miguel, Luis, Juana (fallecida al nacer), Rebeca e Ignacio. Estudió en el Colegio del Sagrado Corazón de 1907 a 1918. En 1914 es operada de apendicitis, lee por entonces la Historia de un alma de sor Teresa del Niño Jesús. El 8 de diciembre de 1915 hace voto de entregar su vida a Jesús.

En septiembre de 1917, se comunica  con la priora del Carmelo de Los Andes, sor Angélica Teresa. Lee los escritos de otra carmelita francesa, sor Isabel de la Trinidad, que será canonizada por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016. En enero de 1919, visita el monasterio del Espíritu Santo de las Carmelitas Descalzas en Los Andes y se convence de que Dios la llama a esa comunidad. Ingresa como postulante el 7 de mayo de 1919, recibe el hábito el 14 de octubre y comienza su noviciado. A principios de abril de 1920, los médicos diagnostican que padece tifus, enfermedad que la llevará a la muerte el 12 de abril. Días antes, el 7 de abril, hace su profesión religiosa in articulo mortis.

Juanita sabía desde adolescente que su vocación era la vida religiosa. Se preguntó si religiosa del Sagrado Corazón o carmelita. Sabía que su opción implicaba dejar a su familia. Estos son dos pensamientos suyos, uno sobre la vida familiar, y otro sobre su consagración a Dios.

 

Al salir del internado del Colegio del Sagrado Corazón, escribe a su papá desde Santiago el 13 de agosto de 1918.

Mi querido papacito:

Ayer salí para siempre del colegio. Al mismo tiempo que sentía pena de dejar a la Rebeca, pues jamás nos hemos separado, de dejar a las monjas, que eran tan cariñosas conmigo, y a mis amigas, con las cuales pasábamos tan unidas, no podía menos de estar contenta al pensar que volvería a la vida de familia, y estar en medio de los míos, a quienes tanto quiero.

Desde ahora, papacito, empieza para mí una nueva vida. Así es que yo quiero que Ud. cuente para todo conmigo. No tengo otro deseo que darle gusto en todo, acompañarlo y consolarlo, pues sé que, en la vida de trabajo que Ud. lleva por nosotros, encuentra muy a menudo sufrimientos que, aunque trate de ocultarlos por el mismo cariño que nos tiene, es imposible no comprenderlo.

La Lucía se casó y, aunque vive en casa ahora, no pertenece sino a Chiro. Créame, papacito, que aunque yo no valgo ni la mitad de ella, trataré por todos los medios posibles de reemplazarla, no sólo cerca de Ud. con mi cariño, sino también cerca de mi mamá y hermanos, ayudándoles en cuanto pueda y sacrificándome, si es preciso, por darles el menor gusto.

Pienso correr con la casa, tratando de hacerlo lo mejor posible; ya que considero que es ese el papel de la mujer, y que no hay nada más bonito como ver una joven preocupada en las cosas del hogar, trabajadora, no teniendo otro pensamiento que el agradar a cuantos la rodean. Y aprendiendo ahora estas cosas, si Dios quiere que más tarde yo tenga un hogar, sabré cumplir con mis deberes.

Me preparo para trabajar mucho en las misiones. Tenemos muchos planes combinados con la Rebeca para entonces. Principio a estudiar el piano, para poder tocar algunas piezas bonitas y atraer a la gente con algunos cantos aprendidos en el colegio...

Cuente pues, papacito, conmigo. Ahora ya soy grande. Considéreme como hija a quien puede confiarle sus penas, sabiendo que ella no lo dirá a nadie. Créame que me haría feliz si esto lo consiguiera.

Reciba saludos y cariños de mi mamá y hermanos, y Ud., mi papacito querido, todo el cariño y agradecimiento de su hija en un beso y abrazo apretado.

Su hija Juana

 

A su amiga Inés Salas Pereira escribe en agosto de 1919 sobre su vida en el claustro del Carmelo.

Cuán bien experimento que Él es el único Bien que nos puede satisfacer, el único ideal que nos puede enamorar enteramente. Lo encuentro todo en El. Me gozo hasta lo íntimo de verlo tan hermoso, de sentirme siempre unida a Él, ya que Dios es inmenso y está en todas partes. Nadie puede separarme. Su esencia divina es mi vida. Dios en cada momento me sostiene, me alimenta. Todo cuanto veo me habla de su poderío infinito y de su amor. Uniéndome a su Ser Divino me santifico, me perfecciono, me divinizo. Por fin, te diré que es inmutable, que no cambia y que su amor para mí es infinito... amor eterno, incomprensible, que lo hizo humanarse, que lo hizo convertirse en pan por estarse junto a mí, por sufrir y consolarme.

Amemos al Amor eterno, al Amor infinito, inmutable. Amemos locamente a Dios, ya que El en su eternidad nos amó. Sin necesidad de nosotros nos creó. Toda la obra de su poder fue dirigida para el hombre. Todo lo puso a disposición de nosotros. Continuamente nos sostiene y alimenta. Y para no separarse de nosotros en la eternidad, nos dio su Unigénito Hijo. Dios se hizo criatura. Padeció y murió por nosotros. Dios se hizo alimento de sus criaturas. ¿Has profundizado alguna vez esta locura infinita de amor? Créeme que siento mi alma deshecha de gratitud y amor. Mi vida la paso contemplando esa Bondad incomprensible, y me duele el alma al ver que el Amor no es conocido. Me abismo en su grandeza, en su sabiduría. Pero cuando pienso en su Bondad, mi corazón no puede decir nada. Lo adoro...

Teresa de Jesús, Carmelita

• En la fotografía: Rebeca, Ignacio y Juanita