Evangelio de San Mateo 9,32-38
• Un endemoniado mudo: el hombre estaba fuera de sus cabales, era incapaz de comunicarse, no podía ni siquiera expresar sus delirios.
• No se menciona ninguna acción de Jesús, solo se da por hecho que «el demonio fue expulsado y el mudo rompió a hablar».
• Con este milagro termina la serie de once sanaciones emblemáticas que narra Mateo: un leproso, un paralítico, una mujer con fiebre, dos posesos (c. 8); otro paralítico, una niña y una mujer, dos ciegos y un mudo (c. 9).
• Ante estos hechos ocurren dos reacciones contrarias. La multitud se asombra: «¡Jamás se vio nada igual en Israel!». Los fariseos acusan: «¡Expulsa los demonios por obra del jefe de los demonios!»
• La controversia sobre la fuerza sanadora de Jesús volverá más adelante con la parábola del reino dividido (Mt 12,22-30), que muestra cómo se distorsionaba la figura de Jesús. Hoy se le llamaría a esto: «noticia falsa».
• Circulaba también una noticia alternativa veraz: «Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando... proclamando... sanando...». Eso era lo que molestaba a los fariseos: que un subversivo anduviera alebrestando a la gente con sus dichos y acciones.
• Este ambiente de tensión y distorsión afecta a la gente. A Jesús se le «conmovían las entrañas» –eso significa el verbo griego que se traduce por «sentir compasión»– al ver que «estaban fatigados y abatidos, como ovejas sin pastor».
• Lo cual le lleva a decir a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha». Estas palabras iluminan el siguiente episodio: la elección de doce discípulos y su designación como «apóstoles», es decir, «enviados».
Lectura: Oseas 8,4-7.11-13
Siembran viento, cosecharán tempestades. Oseas cita desde entonces esta proverbial sentencia. El oráculo de hoy es una denuncia cruda de la idolatría en el Reino del Norte: la adoración de un novillo que representa a Baal.
Este pecado anuncia la ruina del Reino que será arrasado pocos años después por el Imperio Asirio. Su capital, Samaría, será destruida el año 722 aC, los habitantes serán deportados al extranjero y el país será repoblado con gente extraña.
Este mestizaje, que es étnico y religioso, persistirá hasta tiempos de Jesús. Por eso, los judíos consideraban a los samaritanos como gente infiel a la Alianza, paganos que pervertían el culto a Yahveh. Recuérdese, entre otros pasajes evangélicos, el encuentro de Jesús con a Samaritana en el pozo de Jacob.
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Reflexión: Julián Riquelme
• Contexto - Palestina, año 30: Esto sucede en un medio del norte de Galilea, donde los fariseos son prácticamente lo únicos directores de conciencia para el pueblo. - Antioquía (Siria), año 80: Nosotros los cristianos somos como sordomudos y no compasivos de quienes sufren, cuando nos apegamos a las falsas concepciones sobre la Ley y otras ideologías, que impiden la comunicación de la Buena Nueva del Reinado de Dios.
• Sentido El Evangelio trata de la "Sanación de un mudo y de la compasión de Jesús". En él se pueden distinguir estos temas:
• Sanación del mudo (9,32-34). En inagotable la actividad liberadora de Cristo. La sordera implica la incapacidad de hablar y aísla a la persona en una soledad que le priva de toda posibilidad de comunicarse con los demás y, por tanto, de desarrollarse. Este sordomudo es presentado como un endemoniado, no solamente porque toda enfermedad es atribuida a los demonios, sino porque su enfermedad hacía que se lo considerara como un anormal inquietante. El silencio en que se opera la sanación es impresionante. Humanamente, nada permitía la comunicación entre Jesús y esta persona; así se derriba una barrera infranqueable. De hecho, un sordo al que le han devuelto la audición no habla inmediatamente; debe aprender a hablar. Los fariseos intervienen porque ven que las multitudes se les escapan por la influencia que Jesús ejerce sobre ellas; esta acusación teológica no es más que un pretexto que apenas disimula su sed de autoridad sobre el pueblo.
• La “compasión” de Jesús (9,36-38). Cristo se manifiesta incansable en la urgencia y amplitud de enseñar, predicar y sanar. Él es fiel a las reuniones de la sinagoga: la enseñanza de Cristo en las sinagogas toma las formas de la enseñanza bíblica tradicional, pero es ya predicación del Reinado (cf. Lc 4,16-30); la predicación reviste el carácter público y universalista que el término mismo insinúa; las sanaciones son signos del Reinado anunciado en la predicación, pero no unos signos cualesquiera, ya que se refieren a ciertas profecías del Antiguo Testamento (cf. Mt 11,2-6). Las muchedumbres no tienen pastores; el rebaño está disperso; son como un rebaño que no tiene pastor (Nm 27,17; 1 Re 2,17). Jesús ve la necesitad urgente de “compadecerse”, tener empatía, ponerse en el lugar de la gente. Hay que llamar al pueblo a la conversión. Para ello son necesarios los trabajadores y la oración. Esta es la manera de ayudarle a Dios a sacar adelante su Proyecto de amistad, amor y misericordia en favor de toda la humanidad.
Semana XIV – Miércoles (aquí)
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