Catalina nació en Siena el 25 de marzo de 1347, vigésima tercera hija de Jacobo Benincasa y Lapa, de 25 que tuvieron. Desde niña tiene una intensa vida espiritual. El año 1363 ingresa a la Hermandad seglar de la Orden de Predicadores. Comparece ante el Capítulo General de la Orden en Florencia el año 1374, ocasión en que se aprueba su movimiento espiritual y se nombra a fray Raymundo de Capua, que luego será elgido Maestro de la Orden, como su guía espiriutal. Atiende a enfermos, moribundos y fallecidos durante la peste de 1374 en su ciudad natal. En sus últimos años, Catalina tuvo, a la par de una vida espiritual profunda, una actividad enorme en la Iglesia y la sociedad. Escribió numerosas cartas a toda clase de personas eclesiásticas y civiles, nobles y artistas. A ella se debe el regreso del papa Gregorio XI de Aviñón, en Fracia, a Roma. Vivió dolorosamente el cisma de la Iglesia en Occidente por esos años. Murió el 29 de abril de 1380 en Roma. Publicamos partes del capítulo final de su obra El Diálogo de la Divina Providencia. Sobre el ambiente histórico, su itinerario espiritual y apostólico, sus enseñanzas, ver el portal Dominicos (aquí).
Alabanza y acción de gracias a la Trinidad
Gracias, gracias a ti, Padre eterno, que, siendo yo criatura tuya, no me has despreciado ni has apartado tu rostro de mí, ni has menospreciado mis deseos. Tú, Luz, no has tenido en cuenta mis tinieblas; tú, Vida, no has mirado que estoy muerta; tú, Médico, no te has apartado de mí por mis enfermedades; tú, Pureza eterna, me atendiste a mí, que me encuentro llena de miserias; tú, Infinito, viniste a mí, que soy perecedera; tú, Sabiduría, llegaste a mí, que soy necia.
Tú, Sabiduría; tú, Bondad; tu Clemencia, y tú, infinito Bien, no me has despreciado por todos estos y otros infinitos males y pecados que hay en mí, sino que de tu luz me has dado luz. He conocido en tu sabiduría la verdad; en tu clemencia he encontrado tu caridad y el amor al prójimo. ¿Quién te ha obligado? No mis virtudes, sino sólo tu caridad.
¡Oh Trinidad eterna, oh Deidad! Esta, la naturaleza divina, dio valor a la sangre de tu Hijo. Tú, Trinidad eterna, eres un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Eres insaciable, pues llenándose el alma en tu abismo, no se sacia, porque siempre queda hambre de ti, Trinidad eterna, deseando verte con luz en tu luz. Como el ciervo desea las fuentes de agua que corren, así mi alma desea salir de la cárcel del cuerpo tenebroso y verte en realidad. ¡Oh! ¿Cuánto tiempo estará escondida tu cara a mis ojos?
Tú, Trinidad eterna, eres el que obra, y yo, tu criatura. He conocido que estás enamorada de la belleza de tu obra en la nueva creación que hiciste de mí por medio de la sangre de tu Hijo.
¡Oh abismo, oh Deidad eterna, oh Mar profundo! ¿Qué más podías darme que darte a ti mismo? Eres fuego que siempre arde y no se consume: tú, el Fuego, consumes en tu calor todo el amor propio del alma; eres el fuego que quita el frío; tú iluminas, y con tu luz nos has dado a conocer tu Verdad; eres Luz sobre toda luz, que da luz sobrenatural a los ojos del entendimiento con tal abundancia y perfección, que clarificas la luz de la fe. En esta fe ves que mi alma tiene vida y con esta luz recibe la luz.
En esta luz te conozco y te presentas a mí, tú, infinito Bien, más excelso que cualquier otro. Bien feliz, incomprensible e inestimable. Eres Belleza sobre toda belleza, Sabiduría sobre toda sabiduría; es más, eres la Sabiduría en sí misma. Eres alimento de los ángeles; te has dado a los hombres con ardiente fuego de amor. Eres Vestido que cubre toda desnudez; alimentas con dulzura a los que tienen hambre. Eres dulce, sin amargura alguna.
¡Oh Trinidad eterna! En la luz que me diste, recibida con la de la santísima fe, he conocido por muchas y admirables explicaciones, allanando esa luz el camino de la perfección, a fin de con ella y no en tinieblas te sirva, sea espejo de buena y santa vida, pues siempre, por mi culpa, te he servido en tinieblas. No he conocido tu Verdad, y por ello no la he amado. ¿Por qué no te conocí? Porque no te vi con la gloriosa luz de la fe, ya que la nube del amor propio ofuscó los ojos de mi entendimiento. Tú, Trinidad eterna, con la luz disipaste las tinieblas.
¿Quién podrá llegar a tu altura para darte gracias por tanto desmedido don y grandes beneficios como me has otorgado? La doctrina de la verdad que me has comunicado es una gracia especial, además de la común que das a las otras criaturas. Quisiste condescender con mi necesidad y la de las demás criaturas semejantes a nosotros.
Responde tú, Señor. Tú mismo lo diste y tú mismo respondes y satisfaces infundiendo una luz de gracia en mí, a fin de que con esa luz yo te dé gracias. Vísteme, vísteme de ti, Verdad eterna, para que camine aprisa por esta vida mortal con verdadera obediencia y con la luz de la santísima fe, con la que parece que de nuevo embriagas al alma. Deo gratias. Amén.
• Francesco Messina: Boceto en bronce para la escultura en mármol de Santa Catalina en el Castel Sant’Angelo, Roma, 1962.
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