VIDAS Y AVENTURAS

En las crisis se ve de qué están hechas las sociedades y sus líderes
― En palabras de Václav Havel

Checoslovaquia. Primavera de Praga 1968. Alexander Dubček, recién nombrado Primer Secretario del Partido Comunista Checoslovaco, comienza un cauteloso intento por liberalizar el régimen del socialismo real. El 20 de agosto los tanques y las tropas del Pacto de Varsovia invaden el país y cancelan esas reformas. Carta 77. Un grupo de 241 artistas, filósofos, intelectuales, publican el 6 de enero de 1977 un manifiesto, dado a conocer por su vocero Václav Havel. Revolución de Terciopelo 1989. Con una manifestación de estudiantes el 17 de noviembre comienza el colapso visible del socialismo real que venía gestándose de años atrás. Al caer el régimen, el 29 de diciembre de 1989 Václav Havel es nombrado Presidente por el Parlamente Federal. Desde 1948 con su familia a los 12 años, había luchado contra la imposición soviética.  Su Discurso de Año Nuevo el 1 de enero de 1990, del cual presento unos párrafos, comienza así:

 

Queridos ciudadanos:

Hace hoy cuarenta años, en un día como éste, solíamos oír de boca de mis antecesores, con mínimas variaciones, siempre lo mismo: hasta qué punto florece nuestro país, cuántas toneladas más de acero hemos producido, qué felices somos todos, cuánta confianza tenemos en nuestro gobierno y cuántas perspectivas fabulosas se nos ofrecen. Supongo que no me han elegido a este cargo para que seguir mintiéndoles.

Nuestro país no florece. Los grandes potenciales creativos e intelectuales de nuestras naciones no se aprovechan con sensatez. En todo el sector industrial se fabrican productos que nadie quiere, mientras escasean los que necesitamos. El estado, que se autodenomina estado de obreros, humilla y explota a los obreros. Nuestra anticuada economía malgasta la poca energía de que disponemos. El país, que en otros tiempos estaba tan orgulloso de la cultura de su gente, gasta tan poco en educación que hoy ocupa el puesto 72 en la escala mundial. Echamos a perder nuestra tierra, nuestros ríos y nuestros bosques, legado de nuestros antepasados, y hoy tenemos el peor medioambiente de toda Europa. Las personas adultas mueren antes que en la mayoría de los países europeos. [...]

Pero todo eso no es lo más importante. Lo peor es que vivimos en un ambiente moralmente podrido. Estamos moralmente enfermos, ya que nos hemos acostumbrado a decir una cosa y pensar otra. Hemos aprendido a no creer en nada, a pasar uno del otro, a ocuparnos sólo de nosotros mismos. Los conceptos de amor, amistad, compasión, humildad o perdón han perdido su profundidad y dimensión y para muchos significan tan sólo unas rarezas psicológicas o nos parece que son saludos perdidos de antaño, un poco ridículos en la época de los ordenadores y las naves espaciales. Sólo algunos se han atrevido a decir en voz alta que los poderosos no deberían ser todopoderosos y que las granjas especiales, que cultivan para ellos alimentos de gran calidad y ecológicamente puros, deberían enviar sus productos a las escuelas, internados infantiles y hospitales, ya que nuestra agricultura no es capaz de ofrecerlos a todos. El régimen que teníamos –provisto de su ideología soberbia e intolerante– degradó al hombre a nivel de fuerza de trabajo y la naturaleza, a herramienta de producción. Atacó así su misma esencia y la relación entre ellos. A la gente con talento y juicio sano, que trabajaba con ingenio en su país, la convirtió en tornillos de una máquina monstruosa, traqueteante y hedionda, cuyo sentido nadie imagina. No es capaz de hacer otra cosa que irse gastando lentamente, pero inconteniblemente, con todos sus tornillos.

Si hablo de un ambiente moralmente podrido, no hablo sólo de esos señores que comen verdura ecológicamente limpia y no miran por las ventanillas de los aviones. Hablo de todos nosotros. Todos nos acostumbramos al régimen totalitario y lo aceptamos como un hecho irrevocable y, con ello, sustentábamos su permanencia. En otras palabras: todos nosotros –cada uno en distinta medida– somos responsables del funcionamiento de la maquinaria totalitaria. Ninguno de nosotros es solo su víctima, sino que todos somos, al mismo tiempo, sus creadores.

¿Por qué hablo de ello? Sería muy poco razonable entender el triste legado de los últimos cuarenta años como algo ajeno, algo que nos ha dejado en herencia un pariente lejano. Al contrario, tenemos que aceptar esta herencia como algo que hicimos nosotros mismos. Si lo aceptamos así, entenderemos que depende de cada uno de nosotros que algo cambie. No se puede echar toda la culpa a los anteriores gobernantes, ya que no se correspondería con la verdad, pero también porque con ello se podría debilitar el deber que cada uno hoy tiene ante sí, es decir, el deber de actuar con autonomía, libertad, razón y prisa. No nos equivoquemos: los mejores gobiernos, los mejores parlamentos y los mejores presidentes no pueden lograr mucho trabajando solos. Y sería tremendamente incorrecto esperar una mejora general sólo de ellos. Se sabe que la libertad y la democracia significan coparticipación y corresponsabilidad de todos. Si lo aceptamos así, todas las atrocidades heredadas por la nueva democracia checoslovaca dejan de parecernos tan temibles. Si lo aceptamos así, en nuestros corazones volverá a reinar la paz.
 

Traduzco lo dicho por Václav Havel a nuestra circunstancia en Chile y en México.

• Actuar con autonomía, libertad, razón y prisa. Ese es el giro radical que es preciso dar: tú, yo, mi familia, la tuya, este movimiento, aquella ONG, mi grupo religioso, esta parroquia. Quien quiera que sea y cualquiera que sea el lugar que ocupa en la sociedad es capaz, si lo decide, de actuar contra este mal sistémico, ancestral de violencia de género contra las mujeres.

• Si cada quien da ese giro radical, con sus cualidades, capacidades y recursos, si hay acciones concertadas y perseverantes en distintos ámbitos, se podrá erradicar costumbres y formas de pensar violentas, actitudes de mera comodidad e indiferencia ante los retos de forjar países solidarios.

• Si cada quien se empeña, por distintas vías, modalidades, organismos, en corregir las distorsiones que aquejan a nuestra convivencia en democracia, y a fortalecer las instituciones que consolidan nuestra vida común en paz y justicia, entonces sabremos de qué estamos hechos, de qué están hechas nuestras sociedades, qué podemos exigir a nuestros líderes.

• Sí, por cierto, en tiempos de crisis se ve de qué están hechas las sociedades y sus líderes.

Por la publicación: Francisco Quijano