EVANGELIO DOMINICAL

Domingo 32º durante el año


Lecturas: II Macabeos 6,1.7,1.2.9-14 / Salmo 16,1.5-6.8.15 / II Tesalonicenses 2,3-3,5 / Lucas 20,27-38 

Botón homilético - Francisco Quijano

Los interrogantes acerca del destino humano último han sido una crux interpretum, un enigma abierto a variadas interpretaciones a lo largo de la historia.

En tiempos de Jesús y Pablo, los judíos fariseos admitían la resurrección de los muertos, los judíos saduceos la negaban y los griegos la ridiculizaban.

Hoy en día se puede tener visiones figurativas, folclóricas, agnósticas, etéreas, simbólicas. ¿Dónde están los muertos, si es que están en un lugar, además de sus restos en cementerios o hechos ceniza en urnas o en la memoria de sus familiares? En definitiva, ¿qué es del destino humano último?

Estos interrogantes son inevitables, atraviesan la historia, las sociedades, las culturas, las religiones. Pertenecen a nuestra condición de seres que aspiran a alcanzar la felicidad completa y se preguntan en qué consistirá o dónde y cómo encontrarla.

Tomás de Aquino comienza la segunda parte de la Suma de teología con estas preguntas: ¿Hay o no un fin último de la vida humana? ¿Ese fin es la felicidad completa? ¿Es una felicidad que vamos a gozar realmente o es una mera ilusión? Y si vamos a gozarla, ¿dónde se encuentra?

Sus respuestas exponen a estilo medieval lo que transmite la Biblia: las criaturas humanas están destinadas a gozar una felicidad inconmensurable que colma todos los deseos, es real no ficticia, es íntegra de cuerpo y alma, incluye nuestra historia con las personas con quienes hayamos vivido en la tierra.

¿Cómo es esto? Ese es el misterio de la fe cristiana: Cristo resucitó de entre los muertos y llevó con él hasta el seno del Amor de Dios, no solo su historia llena de gozos, heridas y cicatrices, también la de cada criatura humana y la de la humanidad entera con todas sus gracias y desgracias… excepto el pecado.

De nuevo Tomás de Aquino en su comentario al Credo: «Antes de la venida de Cristo ningún filósofo con todos sus esfuerzos pudo saber tanto de Dios y de las cosas necesarias para la vida eterna cuanto sabe por la fe una viejecita después de la venida de Cristo».

• Mira aquí en este video (15m) cómo podemos tener en esta vida atisbos y prendas de la felicidad completa que tendremos con Cristo resucitado, porque «en Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección» (Prefacio de la Misa de difuntos).

⦁ Muerte y Resurrección de Cristo - Pintura de Haití 

 

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Claves para la homilía - Julián Riquelme

 Contexto  Palestina, año 30: Después de la entrada solemne en Jerusalén y de la purificación del Templo, los saduceos polemizan con Jesús.  Ellos son más bien un grupo político y no creen en la resurrección de los muertos.  Grecia, año 80: Hay que buscar la resurrección en nuestro interior y trabajar por ella dentro del Imperio Romano.

 Sentido El tema del Evangelio es la "Resurrección de los muertos". Cristo enseña que el Señorío de Dios Padre ya ha traído la resurrección. En el texto se pueden distinguir las siguientes partes:

• La pregunta de los saduceos (20,27-33). Ellos citan la "Ley del levirato" (del latín levir = "cuñado"), atribuida a Moisés (Dt 25,5-10). Según esta ley, cuando alguien ha muerto sin descendencia, su hermano debía casarse con la viuda para perpetuar el nombre y asegurar la conservación de los bienes de la familia. Los saduceos tratan de ridiculizar la fe en la resurrección, al presentarla como un absurdo, desde el punto de vista racional. ⦁ El seguimiento de Cristo no es tanto una religión, sino principalmente una fe o adhesión a la persona de Jesús. Además, la pura razón no puede afirmar ni negar la Vida Nueva del Reino de Dios ya presente en nuestro presente. Mientras vivimos en este mundo es mejor aceptar nuestra realidad de peregrinos, nuestra contingencia y nuestra condición de criaturas.

• La resurrección ya está presente (20,34-36). “En este mundo” los seres humanos se casan. En el “mundo futuro y de la resurrección” las realidades son muy distintas: “Ya no pueden morir”. El Nuevo Testamento proclama la resurrección de los muertos, como consecuencia de la experiencia de la resurrección de Jesús. El mundo futuro y definitivo ya está aquí y ahora, dentro de nosotros mismos (cf. Lc 17,21). Quienes participan de él, aparecen en el texto con tres características: 1) “Son semejantes a los ángeles”: Viven el Señorío de Dios como lo Absoluto de la existencia. 2) “Son hijos de Dios”: Por amor, se entregan como Jesús al servicio de todos, y, si es necesario, mueren por esta causa. 3) Son “hijos de la resurrección”: Adhieren a Jesús como el Mesías y el Señor, que el Padre resucitó, para ofrecer la Paz (hebreo “Shalom”) a la humanidad entera. ⦁ Lo importante, aquí y ahora, es vivir “el mundo futuro y la resurrección”, a través del compartir con Amor, como lo hizo Jesús, con nuestros semejantes.

• Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos (20,37-38). “Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza” (cf. Ex 3,6): Ahí Dios se reveló como el fiel a la Alianza, y, por tanto, Abraham, Isaac, Jacob y todos quienes “son juzgados dignos de participar del mundo futuro”, ya están resucitados (Lc 20,35). “Todos, en efecto, viven para Él”: Si se cree en el Dios de Jesucristo, hay que creer en la resurrección, ocurriendo ya desde ahora en quienes practican la justicia (cf. Mt 25,34-40). ⦁ Esta experiencia y esta fe comprometen nuestra práctica en el contexto actual. Esto tiene que darnos una confianza total: Dios me está convocando ahora desde el futuro. Mi objetivo cristiano debe ser deshacerme, despojarme, desapegarme, para vivir y actuar desde el Dios vivo.

⦁ Raffaellino del Garbo (1466-1524): Resurrección de Cristo