Lecturas: Amós 8,4-7 / Salmo 112,1-2.4-8 / I Tim 2,1-8 / Lucas 16,1-13
Botón homilético – Francisco Quijano
• Jesús escandalizaba: curaba enfermos en sábado, comía con pecadores, mujeres impuras lo tocaban, pecadoras lo besaran, declaró puros todos los alimentos, tocaba a los leprosos, también contaba historias escandalosas.
• Si hubiera vivido hoy en día, ¿qué pensaríamos de estos ejemplos: cómo burlar al fisco, cómo evadir impuestos, cómo lavar la plata, cómo ganarse amigos jineteando dinero ajeno, cómo crear redes de complicidad en negocios chuecos?
• Son conductas arraigadas en el tejemaneje de la vida diaria por siglos. Ya lo advertía el profeta Amós en el siglo VIII antes de Cristo. En la venta del trigo los comerciantes se decían: «Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar».
• La parábola del administrador sinvergüenza es uno de esos ejemplos. Dilapida el dinero de su señor, lo denuncian, este le pide cuentas y lo corre. Se pone a pensar: ¿qué hago?, no quiero trabajar ni mendigar. ¡Ya sé!, unos arreglos chuecos con los deudores de mi jefe, les rebajo la deuda, me los gano, ya me darán una manita. Su jefe admitió que el tipo era astuto.
• Moraleja que saca Jesús: «Gánense amigos con el dinero chueco, para que el día en que les falte, ellos los reciban en las moradas eternas». Para poner al día el dicho de Jesús: «Laven su dinero obtenido con malas mañas ayudando a los pobres».
• Luego de la parábola y la moraleja, vienen unos dichos de Jesús sobre ser honesto o deshonesto, administrar dinero sucio o legítimo. Y un dicho contundente: «No se puede servir a Dios y al dinero».
• ¿Cómo entender estas enseñanzas paradójicas? La parábola del administrador y los dichos sobre administrar dineros mal habidos funcionan como contraejemplo. Si ves que las cosas son así, pregúntate: ¿qué debo hacer? ¿sigo en lo mismo? ¿me sumo a la corrupción?
• Si no quiero eso, ¿qué debo hacer? ¿cómo ir contra la corriente? ¿cómo enderezar las cosas? En estas preguntas está la clave de la parábola y los dichos. No servir al dinero, que te hace idólatra y te esclaviza, exige poner la misma astucia que se usa para amontonarlo. Con tu dinero, haz el bien a tu prójimo que lo necesita. Si lavas así tus ambiciones, servirás a tu Dios.
• Marinus Van Reymerswaele (c.1490-c.1546): Parábola del administrador astuto, 1540
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Claves para la homilía - Julián Riquelme
► Contexto Palestina año 30: Para los judíos de entonces, las riquezas eran consideradas don de Dios. Jesús educa a sus seguidores en una actitud nueva ante los bienes de la tierra, y en el uso, que deben hacer de ellos. Grecia año 80: En el imperio romano, las riquezas son injustas, porque las produce principalmente el trabajo de los esclavos. No hay que utilizarlas para el hedonismo o placer egoísta, sino para el crecimiento de todos y cada uno de los seres humanos.
► Sentido El tema del Evangelio es "El administrador astuto". Otros le llaman hábil, sagaz, sensato. En el texto se pueden distinguir las siguientes partes:
• La parábola (Lc 16,1-9). El hombre rico de la parábola elogia al "administrador deshonesto por haber obrado tan hábilmente". La comparación utiliza, como ejemplo, la sagacidad de "los hijos de este mundo", para invitar a "los hijos de la luz" a ser más hábiles, sin ser esclavos del dinero y de los bienes terrenos. La expresión "hijos de la luz" la emplean también Pablo (1 Ts 5,5; Ef 5,8) y Juan (Jn 12,36) para referirse a los cristianos. Se invita a ser sagaces para sacar ventajas a favor del bien común, orientando también hacia este fin las riquezas. El Evangelio convoca a ser sabios para sacar provecho de todo, incluso del dinero, en orden a alcanzar la humanización. Donde las religiones, verdaderas o falsas, ponen a “Dios”, Jesús pone al “hombre”.
• Las conclusiones (Lc 16,10-13). Se habla de "dinero de la injusticia" y de "dinero injusto", no porque sea malo en sí. El dinero puede orientarse a promover la vida, o al provecho sólo del individuo y de su grupo. Es "injusto", porque con frecuencia se lo usa en función no del bien común, y perjudicando a otros. La riqueza, conseguida en forma “justa” o no, puede convertirse en ídolo. Hacemos amigos con el dinero, cuando compartimos con quien lo necesita; hacemos enemigos, cuando acumulamos riquezas a costa de los demás. Nunca podremos actuar como dueños absolutos de lo que poseemos; somos simples administradores. Además, el mismo Cristo anima a sus discípulos a no poner el dinero como el objetivo de la existencia, como el valor supremo: esto sería una forma de idolatría. La meta es la plenitud, que para el ser humano sólo puede estar en lo trascendente, en lo divino que hay en él; el dinero sólo puede ser un medio. “Lo único que se conserva, es lo que se comparte; lo que no se comparte, se pierde” (De Lapierre).
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