Se están publicando o se han publicado ya los datos de la séptima “ola” de la Encuesta Mundial de los Valores, WVS por sus iniciales en inglés (World Values Survey). Y de nuevo en ella, sobre todo en el mapa mundial de los valores a que ha dado lugar, elaborado en sus sucesivas ediciones por Ronald Inglehart y Christian Welzel, América Latina y El Caribe aparecemos como somos: pueblos tradicionales-religiosos a la vez que autoexpresivos, en la cabeza del ranking en valores como la vida vivida con satisfacción, sentimiento de felicidad, amor a la libertad, aspiración creciente a decidir por nosotros mismos, un alto sentido, pues, de autonomía… Diferentes, por ejemplo, de los pueblos católicos europeos.
El nuestro es un proceso de secularización diferente, más lento y más propio, de acuerdo a lo que ha sido nuestra historia y nuestra cultura mestizas. Entre nosotros hay sectores sociales imbuidos de racionalidad y secularidad, no religiosos ya, pero lo que predomina es la religión como fuente de sentido y de realización, progresivamente menos institucional, más subjetiva y personal y, por tanto, más abierta a la nueva forma de vida y más pluralista. De manera que entre nosotros la religión vivida subjetivamente es parte de una mejor calidad de vida que se busca y forma parte de nuestra cultura autoexpresiva.
Religiones e iglesias debieran tomar nota de ello: exigir y ofrecer la religión como fuente de realización plena, de autonomía y libertad, y en términos de apropiación personal. Apelar a ello no es una concesión o una pérdida, al contrario, es una ganancia: para la oferta religiosa misma, que se purifica, se descubre en su autenticidad, y para el ser humano al que va dirigida. La dimensión religiosa genuina ya está en el ser humano antes de que una oferta viniendo desde el exterior, heterónoma, pues, se la ofrezca.
La oferta hecha desde el exterior, en el mejor de los casos, sirve para despertar nuestra dimensión innata y, bien concebida, es un diálogo entre dos dimensiones religiosas, la interior y la que se recibe de fuera. Y como diálogo sirve para verificar, contrastar y enriquecer. Pero la dimensión religiosa genuina ya está en el ser humano, tanto más cuando este se descubre autónomo, libre, personal, único, misterioso e inabarcable. La vida de Jesús y su oferta fue de esta naturaleza, como fue también por ejemplo la de Buda y la de todos los hombres y mujeres verdaderamente religiosos. No puede darse dimensión religiosa genuina, desinteresada, gratuita, incondicional, total, sin esa condición y experiencia de autonomía, libertad y realización personal.
Hasta aquí he hablado de dimensión genuinamente religiosa. En adelante preferiría llamarla dimensión espiritual. La dimensión espiritual existe antes que la religión. Es la dimensión absoluta con la que nacemos o, mejor aún, es la dimensión que somos, nuestro Ser, el Ser que es Todo, que por lo tanto no nace ni muere, simplemente ES. Es la dimensión que llamamos Dios. La religión bien concebida y entendida es la expresión de esa dimensión inexpresable. Por ello la espiritualidad, autonomía y libertad totales, es creación y es gracia, es novedad y gratuidad, y es autoexpresión, autoexpresión por excelencia.
La Iglesia en América Latina y El Caribe debiera tomar nota feliz de la cualidad cultural latinoamericana y caribeña de la autoexpresión, redescubrir que su oferta religiosa no es en el fondo más que una oferta espiritual, y hacerla en términos espirituales, rebosando autonomía, libertad, gratuidad y creación. Una religión profundamente experiencial, espiritual.
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