La Judía (eso significa su nombre) mujer bíblica, contemplativa de Dios, de su pueblo, de la historia, la Biblia nos la presenta como una mujer bella, inteligente, piadosa, fuerte, decidida, libre de ataduras, audaz, reflexiva, atenta, honorable, virtuosa. Una joven viuda de buena posición. Al morir su esposo decide vivir en una habitación en la azotea de su casa. En esta atalaya de silencio, vestida de sayal, ayuna diariamente. Desde allí observa cuanto sucede con su pueblo, escucha y en la interioridad callada discierne el querer de Dios.
Los jefes del pueblo han decidido rendirse ante el asedio de la ciudad, Betulia, esperan cinco días una prueba favorable de Dios mientras la gente muere de sed.
Ella, prudente y convencida, pide ser escuchada. Reprocha los errores cometidos: a Dios no se le ponen medidas. La confianza en Él, Padre y Guardián de su pueblo, ha de ser total, sin condiciones. Propone nuevas actitudes, invita a confiar en el Señor: “Invoquemos su ayuda, esperando pacientemente su salvación, y Él nos escuchará si esa es su voluntad» (8, 13.14-15.17).
Judit entiende que Dios guía la historia a través de acontecimientos y que en el dolor y la angustia está presente conduciendo a quienes a Él se acogen. Con mirada profética, ve más allá, entra en el proyecto de Dios, vive la experiencia de su amor misericordioso.
Ella, viuda, ha experimentado su condición de mujer sola, débil, sabe que Dios es protector de viudas. A partir de esta realidad ora postrada en tierra, con ceniza en la cabeza, grita al Señor con todas sus fuerzas: “¡Dios, Dios mío, escucha a esta viuda!… Tú proyectas el presente y el futuro, lo que tú quieres sucede… todos tus caminos están preparados… ¡tu nombre es el Señor!... Eres Dios de los humildes, socorredor de los pequeños, protector de débiles, defensor de desanimados, salvador de los desesperados… escucha mi súplica. Haz que todo tu pueblo conozca que tú eres el único Dios” (9,1ss)
Judit continúa orando y su mirada, como su corazón, está puesta en el Señor y en las urgencias de sus hermanos. Ora sin cesar, reflexiona, actúa… Su contemplación es activa, arriesgada, comprometida, confiada. “¡Oh Dios de toda fuerza! Atiende en esta hora la empresa de mis manos, para exaltación de Jerusalén. Ha llegado el momento de esforzarse por tu heredad y hacer que mis decisiones sean la ruina de los enemigos que se alzan contra nosotros. Dios de Israel dame fortaleza en este momento” (13, 5.7).
Judit vence al enemigo. Realizada la hazaña, su espíritu se abre en alabanza: “Alabad a Dios, alabadlo” (13,14). Todos a una voz bendicen a Dios liberador. En medio de todos, Judit entonó un canto de acción de gracias: “Cantad a mi Dios con panderos, celebrad al Señor con platillos: con un cántico nuevo invocad y ensalzad su nombre” (16,1). Judit crea lazos de comunión.
Esta heroína del Antiguo Testamento es un maravilloso estímulo a la oración del cristiano: oración alimentada en el silencio, el despojo, la atención a los acontecimientos, el discernimiento, la confianza esperanzada, el olvido de sí hasta la entrega total, la alabanza, la acción de gracias, la unidad, la solidaridad, el júbilo y el reconocimiento en Dios salvador y protector.
• August Riedel (1799-1883): Judit, 1840
Marzo 2019
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