EVANGELIO DOMINICAL

Domingo 5º de Cuaresma


Botón homilético                                                                                           Francisco Quijano OP

Domingo 5º de Cuaresma (18.3.2018) Juan 12, 20-33

● La Hora de Jesús es la realización consumada de su vida y su obra. En las bodas de Caná, Jesús dijo a su madre: Aún no ha llegado mi Hora. Sin embargo, realizó el signo del agua convertida en vino para manifestar su gloria.

● La Hora plenamente consumada de Jesús es su glorificación, que tiene dos caras, reverso y anverso, muerte y resurrección, los dos sucesos en la unidad de un Misterio que es único.

● Si lo vemos desde el lado humano, es la crucifixión de Jesús, su ajusticiamiento como reo a manos de la injusticia de las autoridades judías y romanas. Espectáculo ignominioso contemplado por el pueblo complacido sin entender lo que veía.

● Si lo vemos desde el lado divino (¡qué osadía!: no visto, apenas si vislumbrado por la fe), es la glorificación del Hijo del hombre, que hizo suya nuestra ignominia para destruirla en su muerte, a fin de que su Padre la transformara en cuerpo glorioso.

● Tenemos otra vez el símbolo del hombre que pende de una cruz. Jesús lo presenta como un campo magnético del amor, cuya gravitación alcanza a toda la humanidad: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí».

● El Misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús, la consumación de su Hora, es también nuestro misterio y nuestra hora. Discurrimos por este mundo cargando con nuestro pecado e ignominia, que serán destruidos en nuestra muerte para resucitar gloriosos en el Hijo del hombre.

● Jesús es el germen de una Humanidad nueva, el grano de trigo que cae en tierra, muere y da mucho fruto. Jesús muere de manera trágica y cruel, porque nosotros le infligimos esa muerte. Resucita por el Amor del Padre para fructificar en abundancia en una Humanidad Nueva.

⦁ La Cruz de Gero en la Catedral de Colonia, 965-970

 

 

Claves para la homilía                                                                           Julián Riquelme OP
 

Contexto. - Palestina, año 30: Jesús subió varias veces a Jerusalén durante la Pascua, fiesta principal de los judíos. - Jerusalén, año 100: La glorificación de Cristo se realiza en su Pascua, pues entregó su vida para mostrar el Amor de Dios Padre por todos los seres humanos.

Sentido. En el Evangelio de hoy “Cristo anuncia su glorificación”. El texto presenta varios subtemas, entre los cuales se pueden destacar:

La llegada de los griegos (Jn 12,20-22). Probablemente estos griegos no son judíos, sino adheridos a la fe en el único Dios, como los israelitas, y, hasta cierto punto, a las observancias mosaicas: se trata de los “temerosos de Dios” (Hch 10,2). Andrés y Felipe facilitan el contacto con el Maestro, y no tienden un cerco alrededor de Él.- Ser cristiano significa facilitar el encuentro de otras personas con Jesús.

La misión universal y las condiciones para ella (Jn 12,23-26). La “hora” de Jesús es el momento de su entrega para manifestar cómo el Padre ama a todos y cada uno. Es una actitud abierta, que acoge y ofrece la Vida Plena a todos. Semejante al grano de trigo, que muere en la tierra y germina, Cristo en su “hora” se olvida de sí mismo para comunicar con generosidad una Vida Nueva. En su “hora” el Señor enseña el camino de la solidaridad con todos, y ofrece la fuerza para entrar en comunión con Él y con el Padre.- Desapegarse de sí mismo, del propio yo, y de sus intereses, es el camino para propiciar una Nueva Alianza de Dios con todos los seres humanos.

El Hijo del Hombre levantado en alto, el Mesías rechazado (Jn 12,27-33). Jesús teme la muerte ignominiosa; es más, se siente tentado a huir de ella; sin embargo, por su amor al Padre y a todos los seres humanos, la asume en su contexto histórico. La voz del mismo Dios Padre confirma la opción del Nazareno. Con su entrega de amor hasta el extremo, Cristo enjuicia al mundo y a Satanás, e ingresa en un mundo nuevo, en su gloria y exaltación.- Los seguidores de Jesús no somos superhombres, sino personas de sangre y huesos, que tratamos de vivir desde ahora la esperanza del Reino de Dios.

• Crucifijo del Mastro Guglielmo en Sarzana, c. 1138