La manifestación de la fe en el Dios de Jesús, asumir su estilo y destino, la andadura vital a la luz de su amor constituye una fuerza sorprendente, capaz de diluir las pretensiones de ahogar la dimensión trascendente de la persona humana, por cualquier sistema o ideología totalitarista. El don de uno mismo por coherencia con el mensaje de Jesús sigue siendo la mayor fuente de comunión entre nosotros, así como el revulsivo constante de nuestra mediocridad.
En este sentido, constituye una aportación interesante la estela de vida de Tatiana Goricheva. Su itinerario nos brinda una intensa y genuina confesión de lo que supone el descubrimiento de la fe, así como de las consecuencias que tuvo para ella el hecho de asumirla. Todavía nos impacta más, si cabe, por ser una mujer de nuestro tiempo, así como por su capacidad para comunicar con una transparencia que impacta dicha experiencia.
Tatina nació en Leningrado en 1947. En su escuela soviética sólo se fomentaron cualidades externas y competitivas, así como el ateísmo radical. De este modo se reforzó hasta el límite su orgullo personal; su meta: ser más inteligente, más capaz y más fuerte que los demás. Nadie le dijo que el valor supremo no está en superar a otros, sino en amarlos. Durante el día era el orgullo de la Facultad de Filosofía, trataba con intelectuales, asistía a conferencias y coloquios. Por la noche, disfrutaba de la vida bohemia y se acompañaba de marginados. Sus borracheras se fueron intensificando, la melancolía invadió su vida, la atormentaban angustias incomprensibles, ¡se estaba volviendo loca!, ni siquiera tenía ganas de seguir viviendo. Algunos de sus amigos se suicidaron o terminaron en centros para enfermedades mentales.
Cansada y desilusionada, se siente atraída por el yoga. Un buen día, le proponen como mantra la oración del Padrenuestro. Comenzó a recitarla de modo mecánico. La dijo unas seis veces, se sintió transformada por completo. Comprendió con todo su ser que Dios existía, un Dios vivo y personal que la amaba a ella y a todas las criaturas, creador del mundo, hecho hombre por amor, crucificado y resucitado. La alegría inundó su corazón en ese momento, el mundo entero era anegado de una suave luminosidad, ¿cómo no lo había percibido hasta entonces? La redención era algo concreto, real, algo que, sin saberlo, siempre había anhelado.
Tatiana se convierte al cristianismo, despliega una intensa actividad intelectual,hecho que provoca su encarcelamiento y posterior expulsión del país. Todo esto le llegó de un modo repentino, por pura gracia. Cuando le preguntan qué ha cambiado en su vida tras su conversión, contesta con sencillez y brevedad: «Ha cambiado todo». El Espíritu sopla donde quiere, otorga vida y resucita a los muertos, «yo fui uno de esos muertos que experimentó un segundo nacimiento». La libertad es un don de Dios. Es una obligación. No un derecho. Este es el reto que nos acerca Tatiana, ¿lo intentamos?
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El poder insospechado del «Padrenuestro»
Yo quería convertirme en un dios. Quería ser la más inteligente y la más fuerte. Deseaba fundirme con el absoluto y sumergirme en la felicidad eterna. Ahora tenía que luchar contra ciertos sentimientos negativos como el odio y la irritabilidad, porque sabía muy bien que "consumen energía" y me arrojan a un plano más bajo de la existencia. Mas el vacío, que desde largo tiempo atrás venía siendo mi sino y me rodeaba de continuo, no estaba aún superado. Al contrario, se hacía cada vez mayor, se convertía en algo místico y amenazador que me angustiaba hasta la locura.
Me invadió entonces una melancolía sin límites. Me atormentaban angustias incomprensibles y frías, de las que no lograba desembarazarme. A mis ojos me estaba volviendo loca. Ya ni siquiera tenía ganas de seguir viviendo.
Pero el viento, que es el Espíritu Santo, sopla donde quiere. Cansada y desilusionada realizaba mis ejercicios de yoga y repetía los mantras. Hasta ese instante yo nunca había pronunciado una oración, y no conocía realmente oración alguna. Pero el libro de yoga proponía como ejercicio una plegaria cristiana, el Padrenuestro. ¡Justamente la oración que nuestro Señor había recitado personalmente! Empecé a repetirla mentalmente como un mantra, de un modo inexpresivo y automático. La dije unas seis veces; entonces de repente me sentí trastornada por completo. Comprendí —no con mi inteligencia ridícula, sino con todo mi ser— que Él existe. ¡Él, el Dios vivo y personal, que me ama a mí y a todas las criaturas, que ha creado el mundo, que se hizo hombre por amor, el Dios crucificado y resucitado!
En aquel instante comprendí y capté el "misterio" del cristianismo, la vida nueva y verdadera. En aquel momento todo cambió en mí. El hombre viejo había muerto. No sólo dejé mis valoraciones e ideales anteriores, sino también las viejas costumbres.
Finalmente también mi corazón se abrió. Empecé a querer a las personas. Inmediatamente después de mi conversión todas las gentes se me presentaron como admirables habitantes del cielo y estaba impaciente por hacer el bien y servir a Dios y a los hombres.
¡Qué alegría y qué luz esplendorosa brotó entonces en mi corazón! El mundo se transformó para mí en el manto regio y pontifical del Señor.
⦁ Del libro autobiográfico Hablar de Dios resulta peligroso (Herder 1988)
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