«Niebla en el Canal – El Continente, aislado». Apócrifo o no, este célebre titular atribuido al Times de Londres, sirve para hacer una pregunta: ¿Qué tiene que ver Europa con el resto del mundo? ¿O el resto de mundo con Europa?
Acaba de celebrarse el Sexagésimo Aniversario de la firma del Tratado de Roma el 25 de marzo de 1957, con el cual se fundó la Comunidad Económica Europea, antecesora de la Unión Europea. Firmaron el documento los representantes de Bélgica, Alemania Occidental, Francia, Italia, Luxemurgo y los Países Bajos.
El Papa Francisco recibió el 24 de marzo en audiencia a los Jefes de Estado de 27 naciones (el Reino Unido se ausentó) a quienes dirigió un discurso. Cuatro días después Theresa May firmó la carta que inicia el proceso de separación del Reino Unido de la comunidad europea. Habría que reeditar el supuesto titular del Times con una dosis de sorna en estos días: «Niebla en el Canal – El Continente, aislado». Que suena algo así como: «La Isla diciéndole al Continente: aislado».
Contra estos hechos habló claramente el Papa a los Jefes de los Países de la Unión Europea: «Allí donde desde generaciones se aspiraba a ver caer los signos de una enemistad forzada, ahora se discute sobre cómo dejar fuera los «peligros» de nuestro tiempo: comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un futuro para ellos y sus seres queridos».
La Unión Europea nació a raíz de las Guerras, llamadas Mundiales, de hecho Europeas aun la Segunda, que afectaron al resto del mundo, en eso sí mundiales. Hace años escuché a un «orador» «speaker» hindú, de esos que se plantan en Hyde Park de Londres para soltar peroratas. Estaba diciendo que las dos guerras mundiales fueron en realidad guerras «tribales europeas».
No solo fue eso. Se construyeron después muros y cortinas de separación —el Muro de Berlín, la Cortina de Hierro— en ciudades y entre países europeos. Casi todo el mundo, salvo sus detractores, dice hoy en día que la Unión Europea es un logro extraordinario. Por supuesto, y si no fuera por otra cosa, por el mero hecho de haber dispensado al mundo del espectáculo y los efectos de otra guerra tribal europea.
El Papa señala una cosa más. Europa —no todos los países, se debe exentar a Irlanda y los Países del Este Europeo— entraron y salieron en otros continentes como Pedro por su casa en son de conquista y colonialismo. Emigrantes los hubo también en épocas pasadas de europeos a otras regiones en busca de bienestar, prosperidad y futuro: españoles, italianos, alemanes, croatas…
El Papa llama ahora la atención sobre las trabas, barreras, rejas y muros que se quiere interponer frente a supuestos peligros y amenazas de gente que emigra a Europa, principalmente de África y del Cercano y Medio Oriente, Siria, Irak…
Habría que añadir entre los países que levantan muros contra los emigrantes a Estados Unidos, por supuesto, que también se ha dado el lujo de entrar y salir a su antojo en otros países para robar territorios y desestabilizar gobiernos.
Es natural que los gobernantes de todos los países y la gente en general quieran regular la inmigración, conservar puestos de trabajo para los nacionales y, sobre todo, garantizar la seguridad contra atentados terroristas. Son asuntos legítimos indiscutibles. Pero no es legítimo arremeter contra emigrantes que buscan en los Países Europeos o en Estados Unidos lo que nacionales o gobiernos de esos países en otros tiempos buscaron, o saquearon, metiéndose en otras regiones.
Un motivo del Brexit fue la reacción contra emigrantes de Europa del Este, azuzada por demagogos xenófobos. Quizá la xenofobia sea hoy en día la muralla más difícil de librar para integrarnos como humanidad. No es una muralla material construida a lo largo de unas fronteras: es una muralla humana hecha de prejuicios, noticias falsas, temores paranoicos, que se despliega por pueblos y ciudades en muchos países. Esta muralla humana ha sido, además, fortalecida con voces de alarma de alborotadores irresponsables.
Es paradójico que con el Brexit tengamos nada menos a la Isla que se aísla, cerrándose contra la inmigración y la libre circulación de personas, por temor a perder su identidad. Esa misma Isla que fue la base de una expansión colonial de magnitudes mundiales por haber dominado los mares y llevado la civilización británica a otras gentes.
No. La gente no está aislada: es comunión de personas.
Abril 2017
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