VIDAS Y AVENTURAS

Rosa Luxemburgo: Cartas de amor


Rosa Luxemburgo (Zamość, 1871–Berlín, 1919) es conocida por su militancia revolucionaria, no así por su intensa pasión amorosa. En 1890 conoció en Zúrich a Leo Jogiches, revolucionario lituano, de quien se enamoró perdidamente. El drama que trasparece en las cartas que le escribió (cerca de un millar según su editora) es que ella estaba totalmente clavada por él, y él estaba totalmente clavado por la Causa (con mayúscula): un amor de carne y hueso frente a un amor de ideas y papel.

En sus cartas de amor, Rosa no escribe, habla con Leo, dialoga, le reclama, le declara su amor, le reprocha. Es un lenguaje coloquial, conversación escrita, monólogos, soliloquios, diálogos imaginados. Salta de un tema a otro, deja colgado un asunto, insinúa ambigüedades. Se muestra impaciente, apasionada, libre, espontánea. Frente a la reacción abstracta de Leo habría querido mandar a volar la causa.

Dos de las primeras cartas publicadas por Elzbieta Ettinger (Comrade and Lover, 1 y 3) coinciden ¡mera coincidencia! con una escena onírica del Cantar de los Cantares (5,2-8): la muchacha, acostada en su alcoba, siente llegar al amado que la llama, se despierta, le abre la puerta, él no está, ella sale corriendo en su búsqueda... [Traducción del inglés FQ]

 

 

Clarens, Suiza, 21 de marzo de 1893

Una voz en la noche me despertó. Me sobresalté, escuché. Eran palabras mías las que escuché: «¡Dyodyo, eh, Dyodyo!» Tiraba las sábanas hacia mí, irritada, pensando que mi Dyodyo estaba allí a mi lado (¡qué pensamiento más indecoroso!). Como no pude quitar las sábanas, murmuré molesta: «¡Dyodyo tonto, solo tú esperas hasta el amanecer!». Hasta que mi propia voz me avivó, caí en cuenta de que estaba soñando y me percaté de la triste verdad – mi Dyodyo estaba lejos, muy lejos, y yo estaba sola, sola. Escucho, entonces, pasos en las escaleras. Medio adormilada, me figuré que serías tú; que habías alcanzado el último tren (en mis sueños había cambiado los horarios). Como no querías despertarme, subiste a dormir al otro piso, me darías la sorpresa al amanecer. Sonreí contenta y me volví a dormir. En la mañana subí aprisa las escaleras y me di cuenta de que mi visión nocturna había sido un sueño. Si no vienes el miércoles, tomaré el primer tren para Ginebra. ¡Ten cuidado!

 

París, jueves 5 de abril de 1894

¡Mi amado, mi solo y único tesoro!

Aquí estoy en mi hotel sentada frente a la mesa tratando de escribir la proclama. ¡Dyodyo, mi único! ¡No siento ganas de trabajar! Mi cabeza enloquece, en la calle un horrible traqueteo ruidoso, el cuarto hórrido… ¡No lo aguanto! ¡Quiero estar de vuelta allá contigo! Nada más piensa – tengo que quedarme aquí al menos otras dos semanas. Debido a la proclama, no puedo preparar mi conferencia este domingo, tiene que esperar hasta el próximo – luego viene la conferencia en ruso, y después tengo que ir a ver a Lavrov.

¡Dyodyu! ¿Terminará esto alguna vez? Estoy empezando a perder la paciencia, y no se debe al trabajo ¡sino que es por ti! ¡Por qué no has venido acá! Si pudiera besar en este momento tu dulce boca no me asustaría ningún trabajo. Mi niño, hoy en casa de los Warski, en plena discusión de la proclama, sentí tal hastío en mi alma y tal nostalgia de ti que estuve a punto de gritar. Siento que el viejo demonio –el de Ginebra y Berna– me va a acosar una de estas noches y me llevará a la Gare de l’Est hacia mi Dyodyo, ¡a mi Dyodyo, mi Chuchya, que es todo mi mundo, mi vida toda!

Para darme ánimos, me imagino yendo hacia ti; les digo adiós a los Warski, suena el silbato de la máquina, el tren empieza a andar, voy saliendo. Oh Dios, siento como si todo el macizo alpino me separara de ti. Dyodyu, cuando el tren llegue a Zúrich, tú estarás esperándome y yo me abalanzaré fuera del tren y correré hacia la puerta donde estarás tú entre la multitud. Pero tú no correrás hacia mí, seré yo que la que correrá hacia ti.

No nos besaremos en ese instante, nada de eso, lo estropearía todo, tampoco diremos nada. Caminaremos rápido a casa, mirándonos uno a la otra, tú sabes cómo, y sonriéndonos mutuamente. Ya en casa nos sentaremos en el sofá y nos abrazaremos, y yo romperé a llorar como me está pasando en este momento.

¡Dyodyo, no puedo esperar más! ¡Quiero que sea ya! Mi adorado, ya no puedo aguantar más. Para poner las cosas peor, por temor a andarlas buscando, rompí tus cartas y me quede sin nada para consolarme. ¡Dyodyushky, déjame que bese tu dulce boca y la punta de tu nariz! ¿Podré tocarla con mi meñique? ¿No echarás otra vez al gato fuera del cuarto? ¿Lo prometes?

Tu uso del polaco es espantoso ¿lo sabías? Tu mujer te dará una buena lección, ¡nada más espera! Probablemente estarás molesto – no hay una sola palabra sobre asuntos políticos en toda esta carta.

Por eso, para que te sientas mejor, aquí va algo…

 

Responsable: Francisco Quijano

 

Septiembre 2015