Jesús, cansado del camino, se sentó tranquilamente junto al pozo. Era medio día. Una mujer de Samaría llegó a sacar agua.
El encuentro de Jesús con esta mujer ( Evangelio de Juan capítulo 4) es una página muy iluminadora para Orar con la Biblia. Sucede junto a un pozo, que es el lugar donde la gente va a buscar lo que necesita para vivir, lo que anhela, lo que la revitaliza: el agua, pero no solo eso, también la compañía, la conversación, la amistad.
Jesús le dice: – Dame de beber –. Le responde la samaritana: – ¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? – Los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús inicia el diálogo pidiendo un poco de agua para su sed. Llama la atención que sea Jesús el que pide de beber, pues él más bien espera a quien lo necesita. Porque es la mujer la que está sedienta, no de agua, sino de paz, busca la verdad, busca un nuevo horizonte para su vida, busca la felicidad. Por eso acude cada día al pozo para saciar su sed y la de los suyos. Quería llenar su cántaro que era su propia vida.
Este encuentro se produce en medio de una barrera que hay entre los judíos y los samaritanos, estos dos pueblos eran enemigos. También era mal visto que un hombre hablara con una mujer en público. Jesús pasa por alto estas prohibiciones y empieza el diálogo pidiendo de beber y recibe una respuesta discriminatoria. La oposición entre judíos y samaritanos se hace presente, pero esto no impide que Jesús continúe su conversación.
Jesús le contestó: – Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva –.
Vemos como al iniciar el diálogo la mujer se pone al mismo nivel que Jesús: “Tu judío; yo samaritana”. Pero Jesús le recuerda su ignorancia sugiriéndole el don del agua viva. La mujer simboliza y encarna su pueblo. El diálogo continúa y Jesús va llevando pedagógicamente a la mujer a la comprensión de que está hablando con el Mesías prometido.
Dice Jesús a la mujer: – El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna–.
Con nuestra imaginación acerquémonos a este pozo y contemplemos este encuentro, miremos a Jesús sentado cerca al pozo, cansado sudoroso, miremos a la mujer con su cántaro buscando agua. Este encuentro, que se fundamenta en la cercanía, en el diálogo, en ese sentir con el otro, en salir de sí mismo para darse a los más necesitados, a los que tienen sed, es un encuentro que lleva a la conversión del pueblo samaritano que se había formado con cinco tribus que repoblaron samaria y cada tribu trajo sus propios dioses.
Jesús le dice: – Ve, llama a tu marido y vuelve acá –. Le contesta la mujer: – No tengo marido –. Jesús le dice: – Tienes razón al decir que no tienes marido; porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido –.
Cuando Jesús le habla a la mujer de sus cinco maridos, lo cual se refiere a los cinco dioses originales de los samaritanos, la mujer se reconoce pecadora y a Él le reconoce como profeta.
Le dice la mujer: – Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres daban culto en este monte; pero ustedes dicen que es en Jerusalén donde hay que dar culto – . Le dice Jesús: – Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre. Pero llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y en Verdad –.
La samaritana reconoce a Jesús como Mesías, pues en el diálogo Jesús mismo revela abiertamente a la mujer, su identidad. Y lo hace a una mujer de raza despreciada, ha elegido a una pecadora.
Le dice la mujer: – Sé que vendrá el Mesías. Cuando venga, nos lo explicará todo –. Jesús le dice: – Yo soy, el que habla contigo –. La mujer dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a los vecinos: – Vengan a ver un hombre que me ha contado todo lo que yo hice: ¿no será el Mesías? –.
Esta elección de Jesús convierte a la mujer en apóstol, mensajera de la Buena Noticia para su pueblo. Este encuentro de Jesús con la Samaritana es una invitación a hacer fructíferos nuestros propios encuentros con Jesús, para que se conviertan en verdaderos momentos de oración que nos lleven a la conversión y al compromiso de anunciar el don del agua viva, manantial de vida eterna, que Jesús prometió a la mujer samaritana.
Junio 2015
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