Su nombre dice su misión: Yahvé es mi Dios. Elías irrumpe con una intervención abrupta: «Elías el tisbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Acab: “¡Vive el Señor, Dios de Israel a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia si yo no lo mando”» (I Reyes 17, 1). Su historia es corta: tres capítulos que pueden leerse muchas veces y siempre habrá algo nuevo que descubrir. Es un profeta solitario que depende del Señor. Varias veces lo repite: “He quedado yo solo” (c.18,22; c.19,10.14).
Elías quiso ser testigo del Dios de la Alianza, tarea nada fácil en el reino de Israel durante el siglo IX aC, cuando toda la sociedad estaba contaminada por los cultos cananeos idolátricos y sensuales. El rey Acab había sellado alianza con el reino de Tiro casándose con Jezabel, una fanática cuyo padre era gran sacerdote de la diosa Asherah. En los montículos abundaban los altares a los Baales. El profeta se hace presente anunciando una terrible sequía. Dios lo envía fuera del territorio de Israel, a Sarepta, donde multiplica milagrosamente la harina y el aceite de la viuda: «Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “No se acabará la harina en la tinaja ni se agotará el aceite en la vasija, hasta el día en que el Señor mande lluvia sobre la faz de la tierra”» (c.17,14). El hijo de la viuda muere. Elías suplica al Señor y obtiene la resurrección del muchacho: «¡Oh Señor, Dios mío, te ruego que el alma de este niño vuelva a él!» (c.17,21).
Peregrino al ritmo del Señor. Elías es enviado a confrontar al rey (c.18,1-2). Marcha conducido por el Espíritu como portador de su palabra. Reprende, castiga, huye. Es un viajero incansable cuando la misión que Dios le confía lo reclama: de Jericó a Sarepta, del Carmelo a Bershebá y al Horeb. Con razón Abdías en diálogo con el profeta le dice: «Cuando yo te haya dejado, el Espíritu del Señor te llevará adonde yo no sepa» (c.18,12). Es el principal instrumento de Dios para revelar su soberanía en un período de mucha confusión política y religiosa. Elías está siempre a la escucha del Señor en total fidelidad.
En la fragilidad experimenta la fuerza de Dios. El sangriento episodio de la matanza de los profetas (c.18,30-40) se explica por la lucha de Elías para que el corazón del pueblo de Israel se vuelva hacia el Dios de la Alianza y rechace los ídolos fenicios: «Que hoy se sepa que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya hice todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que eres tú el que les ha cambiado el corazón» (18,37).
A raíz de este episodio, Jezabel jura matar al profeta (c.19,1-2). Elías huye al monte Horeb, es un profeta frágil, agobiado, deprimido, angustiado, tocando fondo, sin fuerzas. «Entonces se deseó la muerte y exclamó: “¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida”» (c.19,3-4) Elías busca salvar su vida, experimenta el fracaso. El miedo y el desaliento lo despojan de sus seguridades, ello le lleva a hacerse plenamente consciente de la hondura del amor de Dios. Elías representa a toda persona que se abre al encuentro con su Dios, pasa por la prueba, por la noche oscura y el despojo, como Jesús que se despojó de sí y vivió la angustia ante la muerte.
Dios se revela al profeta. Dios alimentó a su pueblo en el desierto, así lo hará con Elías: «¡Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas» (c.19,7). Cuando Elías llega a la cueva, lo sorprende una voz: «“¿Qué haces aquí, Elías?”. Él respondió: “Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida”» (c.19,10). La pregunta lo lleva a entrar en sí mismo: ¿solo él es fiel a Yahvé o es que necesita llegar a serlo de manera nueva?
Testigo de una teofanía en el Horeb. Elías es invitado a salir de la cueva y a ponerse de pie ante el paso del Señor (c.19,11). ¡Salir a su encuentro! Elías comprende que Yahvé no es el Dios del trueno, del huracán, del fuego, del terremoto sino el Dios de la brisa suave. En el silencio Elías puede escuchar a Dios, allí descubre el amor de Dios que lo vivifica. «Como el ángel ha tocado suavemente la espalda del profeta, la voz de la dulzura, le enseña quién es Dios y ante todo, quién no es él» (*). Elías vive la experiencia de huir y volver, su huida se trasforma en encuentro con Dios que le confía nuevas misiones: ungir a otro nuevo rey, llamar a otro profeta como sucesor. Como profeta de la justicia, Elías lo hará en el episodio de la viña de Nabot (c.21).
Elías, profeta orante, se nos revela en sus ires y venires conducido por Dios, en su caminar es fiel y obedece al Espíritu, lo hace en sus súplicas y su debilidad, caído bajo una retama en el desierto, alimentado por Dios, en su encuentro en Él en el Horeb. Elías ora cuando actúa y cuando suplica, cuando calla y cuando profetiza. El profeta de fuego, que se desea la muerte, huye, sale de la cueva y escucha el susurro de Dios, se convierte en modelo nuestro, de orantes que desean marchar al ritmo del querer y del amor de Dios.
* Paul Beauchamp, Cinquante portraits bibliques, p. 165
• Dirck Bouts (1415-1475): Elías en el desierto – Detalle del Retablo del Santísimo Sacramento – Iglesia de San Pedro, Lovaina, 1464-1468
• Ilustración de la Biblia Germánica 1483: Elías arrebatado al cielo – Elías y la maldición de los osos
Marzo 2015
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