Alcé los brazos y la cruz humana
que fue mi cuerpo así, cielos y tierra
en su sangre alojó. Su paz, su guerra,
su nube palomar, su piedra arcana.
¡Cómo sentí en mis brazos la campana
del aire azul! Y el pie que desentierra
su pisada en la tierra que lo encierra.
Del corazón salía la mañana.
Y cuerpo en cruz, el corazón abierto
–pájaros de diamante en aire vivo–
brotó y el aire fue el más claro huerto.
De aquella libertad quedé cautivo.
Bebiéndome la sed planté el desierto
y del sol en el cielo fui nativo.
Una vez, una noche en Palestina,
el cielo cintiló y alcé el oído
y abrí los brazos y oculté al olvido
la nube de su pálida cortina.
¡Jesús, Tú que eres Dios!, dije y divina
la sangre derramó su vaso herido
sobre la mesa festival crecido
como rosa alcanzada por su espina.
Aquella noche llena de luceros
oí mi voz por vez primera –aleros
de la primera voz–. Y el alma cupo
en el paisaje inmenso. Poesía,
mira, calla, ven, ve, vuelve a tu grupo
y escucha la perfecta melodía.
Cuando tenga en mi voz el agua clara
de ser con los demás como conmigo,
del agua montañosa seré amigo
junto al hermoso mar que se acitara.
Cítara el huracán tendrá por cara
y azul la mano de rozar el trigo.
Toda criatura me dirá: “contigo”,
cuando en el agua escuche mi voz clara.
¡Si yo pudiera levantar los brazos
y abrirlos como en fruto bien maduro
hace el árbol al sol! A tus hachazos,
oh vida, mucha rama está cayendo.
Tal vez queden las dos que el tronco oscuro
entre sombras y estrellas va pidiendo.
●
Ya en un poema publicado en 1921, Carlos Pellicer proclama su visión gozosa de la bondad del mundo redimido por Cristo: En medio de la dicha de mi vida / deténgome a decir que el mundo es bueno / por la divina sangre de la herida.
En los Sonetos bajo el signo de la Cruz (Las Lomas, 23 de enero de 1940) esta visión gozosa de la redención se expresa en imágenes sorprendentes y contrastes inesperados. Un cuerpo en cruz, brazos extendidos para abarcar la inmensidad del cielo, pies arraigados en la tierra (notable aliteración desentierra, tierra, encierra), un corazón abierto del que sale la mañana y brotan pájaros. La paradoja: ¡De aquella libertad quedé cautivo!
Palestina. El cielo cintila, el oído escucha ‒ ¿una teofanía fugaz?. Jesús en el centro, su sangre derramada, una mesa, una fiesta ‒ ¿la eucaristía?. Se ensancha el alma, cabe en el paisaje. Es de noche, el poeta encuentra su voz, convoca a la poesía a escuchar la melodía.
Ser con los demás como conmigo. Melodía de la fraternidad con la montaña, con el mar, el huracán, el trigo (notable juego de palabras e imágenes: mar que se acitara, cítara del huracán, mar armonioso, suavidad de la brisa). El último soneto termina en la cruz humana del primero. Levantar los brazos, abrirlos como fruto, dejar que la vida haga la poda. Al final: un tronco humano con dos ramas. [F. Q.]
• Cristóbal de Villalpando (1649-1714): El árbol de la vida, 1709 – Museo de Guadalupe, Zacatecas
Marzo 2015
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