TESTIGOS DE CRISTO

Madeleine Delbrêl: Fui deslumbrada por Dios y sigo así...
por Francisco Quijano

El 13 de octubre de 2014 se presentaba a los medios La relación de las discusiones del sínodo de los obispos. Cincuenta años antes un laico, Patrick Keegan, hablaba por primera vez en un concilio sobre el apostolado de los laicos. Ese día muere en Ivry-sur-Seine sentada frente a su mesa de trabajo Madeleine Delbrêl.

Había nacido en Mussidan, Dordogne sesenta años antes (24.10.1904), hija de Jules Delbrêl, empleado ferroviario, y de Lucile Junière, de una familia de fabricantes de velas. Por el trabajo de su padre, la familia llega a París cuando ella tenía 13 años. Su padre frecuenta el círculo de amigos de Montaigne. Ella se aficiona a la música y la literatura, con su amiga Hélène Jung asiste a las clases de Léon Brunschvicg en la Sorbona. A los 17 años admite que es atea:

«Se ha dicho: “Dios ha muerto”. Ya que es verdad, hay que tener la valentía de no seguir viviendo como si él viviese. Con él la cuestión ha quedado zanjada; queda zanjarla con nosotros. Mientras Dios estaba vivo, la muerte no era una muerte definitiva. La muerte de Dios ha hecho que nuestra muerte sea más cierta. La muerte se ha transformado en la cosa más cierta. Hay que saberlo. No hay que vivir como gente para quien la vida es la gran cosa. […] Todos estamos muy cerca de la misma desgracia, ¿tendremos o no el arrojo de decirlo? ¿Decirlo? ¿Con qué? Dios ha estropeado hasta las palabras… ¿Podemos decirle a un agonizante con poco tacto: “Buenos días” o “Buenas noches”? Le diremos entonces: “Hasta luego” o “Adiós”, mientras no hayamos aprendido cómo decir: “A ninguna parte”… “A la nada”».

Poco después, a los 20, por frecuentar a su novio, que la dejó para ingresar con los dominicos, y las amistades de este, fue avizorando la “hipótesis-Dios”, que la llevó a rezar:

«Hasta entonces tenía a mi alrededor muy pocos cristianos […] Mis camaradas, en cambio, planteaban brutalmente solo las dificultades que presenta una creencia. Sí, ellos se sentían muy a gusto en mi realidad; pero traían consigo lo que yo llamaría “su realidad” ¡y qué realidad! […]

Al encontrarme con ellos a menudo por varios meses, no podía honestamente dejar, no a su Dios, sino a Dios mismo en el absurdo. Fue entonces cuando mi pregunta se transformó; fue en ese momento también cuando, para ser fiel a mi anti-idealismo, cambié lo que creía ser una actitud de simple detalle en mi vida. Si quería ser sincera, como Dios no era rigurosamente imposible, no debería ser considerado como ciertamente inexistente. 

He reflexionado durante meses. La hipótesis Dios me parece posible. Tomé la decisión de rezar algunos minutos. Con ocasión de un encuentro, oí hablar de Teresa de Jesús, la Santa de Ávila. Ella recomendaba rezar cada día, pensar silenciosamente en Dios durante cinco minutos».

Los años siguientes incursionó en el movimiento scout. Poco a poco va descubriendo que su vocación es vivir la presencia de Dios en la vida ordinaria entre gente que no cree. De 1931 a 1936 sigue estudios de asistente social y prácticas en Ivry-sur-Seine. En 1933 decide irse a vivir con unas amigas a esa alcaldía del sur de París, gobernada y poblada por obreros comunistas. En ese ambiente de negación de Dios trabaja como asistente social de la municipalidad hasta 1944. Seguirá viviendo allí el resto de su vida.

En 1943 Madeleine hizo amistad con Jacques Loew, dominico, que trabajaba como cargador en los muelles de Marsella al tiempo que colaboraba con Louis-Joseph Lebret, dominico también, en el proyecto de Economía y Humanismo. Ese año los padres Henri Godin e Yvan Daniel publican France pays de mission sobre la no creencia en el mundo obrero, y el cardenal Emmanuel Suhard lanza la "Misión de París". Madeleine estuvo involucrada en estos movimientos y en la crisis de los sacerdotes obreros de 1952-1954.

El proceso para su beatificación  está en marcha desde 1990. Presentamos tres textos suyos, uno sobre su conversión, una meditación sobre el encuentro con Dios y una oración enteramente laical.

 

• O •

 

«La conversión es un momento decisivo que nos aparta de lo que sabemos de nuestra vida para que, cara a cara con Dios, él nos diga lo que piensa de ella y lo que quiere hacer con ella.

En ese momento, Dios nos resulta sumamente importante, más que cualquier cosa, más que cualquier vida, incluso y sobre todo la nuestra.

Sin esta primacía extrema y deslumbradora de un Dios vivo, de un Dios que nos interpela, que propone su voluntad a nuestro corazón libre de responder “sí” o “no”, no hay fe viva. Pero si este encuentro es el deslumbramiento de todo nuestro ser por Dios, tal deslumbramiento, para ser totalmente verdadero, debe ser totalmente oscuro.

Tener una fe viva es ser cegado por ella, a fin de ser conducido por ella. Pero aceptar esta “luz negra” nos resulta difícil.

En la escuela de Ivry (la del ateísmo) se aprende que la conversión y su violencia duran toda la vida.

De la vida nueva, del mundo nuevo, en los que la “luz negra” nos guía, tendemos siempre a hacer nuestra antigua vida y un mundo hecho por una mano de hombre: una vida en la que la fe no trastorna nada, un mundo al que la fe se aferra sin dificultad».

Encontrar a Dios en lo cotidiano 

Cada pequeña acción
es un acontecimiento inmenso
en el que se nos da el paraíso,
en el que podemos dar el paraíso.

Qué importa lo que tengamos que hacer:
tomar una escoba o una pluma,
hablar o callar,
zurcir o dar una conferencia,
curar a un enfermo o escribir a máquina.

Todo esto solo es la corteza
de una realidad espléndida,
el encuentro del alma con Dios
renovado cada minuto,
acrecentado en gracia cada minuto,
cada vez más bella para su Dios.

¿Llaman? Rápido, abramos:
es Dios que viene a amarnos.

¿Una información? Aquí está:
es Dios que viene a amarnos.

¿Es hora de sentarse a la mesa? Vamos:
es Dios quien viene a amarnos. 

 

Una invitación a la alegría

«Señor, haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez
donde todo está calculado;
no como un partido donde todo es difícil;
no como un teorema que nos rompe la cabeza.

Sino como una fiesta sin fin
donde se renueva tu encuentro,
como un baile, como una danza,
entre los brazos de tu Gracia,
con la música universal del amor.
Señor, ven a invitarnos».

 

 

 

• Jacques Loew, Vivir el Evangelio con Madeleine Delbrêl. Santander: Sal Terrae, 1997
• Sitio de la Association des Amis de Madeleine Delbrêl (pulsar aquí)

 

Noviembre 2014