HIMNOS Y SALMOS

Cántico de Moisés - Cántico del Cordero
por Francisco Quijano

Vi una especie de mar transparente veteado de fuego. Los que habían vencido a la fiera, a su imagen y al número de su nombre estaban junto al mar transparente con las cítaras de Dios. Cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero:

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

 

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Los acentos épicos no son ajenos a la fe cristiana. Dos hechos históricos invitan particularmente a una celebración épica: la liberación del antiguo pueblo judío de la esclavitud en Egipto y la liberación de la humanidad de la raíz de todos los males, el pecado. El caudillo de la primera liberación fue Moisés, el de la liberación definitiva Jesucristo, el Cordero inmolado. La primera liberación es proclamada en los relatos legendarios del paso por el Mar Rojo, la travesía por el desierto y la Alianza de Dios con el pueblo en el Monte Sinaí. La liberación definitiva de la humanidad es confesada en el Misterio de la Muerte y Resurrección de Jesucristo. La Alianza del Sinaí en la que culmina la gesta de liberación es el centro de la fe judía. La Pascua de Jesucristo es el fundamento de la fe cristiana.

El libro del Apocalipsis, último de las Escrituras cristianas, presenta una visión épica de la historia, mediante imágenes y símbolos impresionantes, con frecuencia de difícil interpretación. Este libro fue escrito en la última década del siglo I de nuestra era, a raíz de las persecuciones de Nerón (año 64) y Domiciano (año 95). El próposito principal que da unidad a su abigarrado contenido es doble. Ante todo, confesar que la historia tiene, a pesar de los horrores del mal que forman parte de ella, un final feliz: la comunión de la humanidad en Dios, representada con la imagen/símbolo de las bodas del Cordero, Jesucristo, con la Iglesia y la humanidad. A la vez fortalecer la esperanza de quienes se hallan acosados por la persecución y la muerte, en aquel momento los cristianos, pero a lo largo de la historia toda persona que ama a los demás y es traicionada, perseguida, asesinada.

La lucha épica que presenta el Apocalipsis no debe llevarnos a una visión maniquea, que pone de un lado a los buenos y del otro a los malos. Es una lucha de las fuerzas del mal, el pecado, contra el bien y el amor. Dios, que es amor, garantiza el triunfo del amor.

El cántico de liberación (Ap 15, 1-4) que presentamos pertenece a la Liturgia de la Horas, que es la oración oficial de la Iglesia encomendada a sacerdotes, religiosas y religiosos; también a laicos que quieran participar en esta alabanza cotidiana.

Los versos de este himno se inspiran en los salmos.

92, 6 Cántido de alabanza y acción de gracias, acompañado por arpa y cítara: «Es bueno dara gracias al Señor, salmodiar a tu nombre, oh Altísimo… ¡Qué grandes son tus obras, Señor, qué hondos tus pensamientos!»

145, 17 Alabanza al Señor, Rey: «Yo te ensalzo, oh Rey, Dios mío y bendigo tu nombre por siempre jamás… El Señor es justo en todos sus caminos, en todas sus acciones amoroso».

86, 9 Salmo de súplica en la desventura y de esperanza en el triunfo de Dios: «Vendrán todas las naciones a postrarse ante ti… pues tú eres grande y obras maravillas, tú Dios, solo tú».

Evocan, por supuesto, el paso del pueblo judío por el Mar Rojo, una gesta legendaria del siglo XIII aC, que alcanzó perfiles épicos extraordinarios en la literatura judía posterior. Éxodo es el nombre con el que se la recueda, símbolo de liberación de la humanidad que trasciende las fronteras de la religión judía y los límites del tiempo.

Esta proeza adquiere nueva significación cuando es contemplada a la luz de la Muerte y Resurección de Jesús, su paso de la muerte a la vida. Pascua es su nombre, tomado de la primera Pascua, la judía. Es paso de Dios por nuestra histroria, la proeza en la que Jesucristo, muerto en cruz, es resucitado por el Padre como primogénito y garantía de una humanidad nueva. Su símbolo es el Cordero inmolado, que brilla como lámpara en la Jerusalén celeste y atrae con su luz a todas las naciones:

«La ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones, y los reyes del mundo le llevarán sus riquezas» (Ap 21, 23).

 

 

Octubre 2014