Con solo ver unas fotografías de Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II aparece el contraste de personalidad entre estos tres grandes pastores de la Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX.
Juan XXIII: bajito, regordete, bonachón, con figura de cura de pueblo; se diría que era inimaginable que tomara la decisión –por inspiración divina según confesión suya– de convocar un concilio ecuménico.
Juan Pablo II: apuesto, enérgico, con aire extrovertido, figura mediática, todo lo cual y más supo expresarlo y ponerlo al servicio de la humanidad en sus extensos años de conducción de la Iglesia.
Pablo VI: figura sobria, retraída, ensimismada, envuelta en soledad –él lo confesó al ser elegido papa–; sin embargo, sobre sus hombros recayó el peso de la mayor transformación que ha tenido la Iglesia en los últimos cuatrocientos años.
Estos tres papas han sido reconocidos por la Iglesia que ellos condujeron como testigos eminentes de la caridad de Dios en medio de la humanidad, de la fe que es participación en el conocimiento que Dios tiene de sí y de la esperanza de compartir su felicidad en el seno de la vida trinitaria. Estas tres cosas, más allá de milagros y anécdotas, constituyen el corazón de la vida cristiana que estos papas vivieron intensamente.
¿Qué nos dice este reconocimiento de la santidad de tres personalidades tan contrastadas? Ante todo, que Dios crea a cada persona de manera enteramente singular e invita a cada una a vivir el don de su gracia de manera igualmente singular.
Desde una perspectiva humana, se puede tener más o menos simpatía y consonancia con uno u otro de estos tres grandes papas. Se puede incluso tomar distancia frente a algunas de sus decisiones sobre la conducción de la Iglesia y sobre la forma de ejercer su servicio pastoral.
Juan XXIII sacudió a muchos por su audacia en convocar un concilio para procurar el aggionamento –actualización, puesta al día– de la Iglesia, como se dijo en esos años con frecuencia. Algunos de sus detractores todavía no acaban de asimilar estas transformaciones.
Pablo VI, con una de sus encíclicas, la Humanae vitae, despertó reacciones que persisten hasta nuestros días y serán objeto de análisis seguramente en el sínodo sobre la familia convocado por el papa Francisco.
Hay quienes lamentan que Juan Pablo II haya ejercido con tal vigor su servicio pastoral que opacó e incluso contuvo otras maneras de pensar y otras voces en la Iglesia.
A cada cual toca acoger el testimonio de estos tres papas a su manera. Vale reconocer, con todo, que los tres ofrecieron un servicio heroico a la Iglesia y a la humanidad, por lo cual se les venera ahora como santos.
En especial a Pablo VI, que será declarado beato el domingo 19 de este mes, se le debe agradecer el haber guiado a la Iglesia, como Pedro su barca, a través de los cambios más notables que ha tenido, después de medio milenio, en los años 60 y 70 del siglo pasado.
Se decía de Pablo VI que tenía un talante hamletiano, atravesado por la duda: ser o no ser. Acertada o no esta opinión, el hecho es que su fe inquebrantable, su conducción firme y flexible de la Iglesia, dan cuenta de que la gracia de Dios operó con fuerza en su propia debilidad, como decía san Pablo de sí: “Se me ha dicho: Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza en la debilidad” (II Cor 12, 9).
El sínodo sobre la familia, convocado por el papa Francisco para el año 2015, tendrá en estos días unas sesiones preparatorias. Las conferencias episcopales han recogido el pensamiento y la experiencia de muchos matrimonios. Hay situaciones que afectan el corazón de la vida familiar. Hay opiniones y experiencias divergentes sobre aspectos sensibles de la vida conyugal. Se necesita un diálogo amplio, abierto, franco, como lo hubo en el concilio, para tratar estos temas.
La beatificación de Pablo VI será la ceremonia de clausura de las sesiones preparatorias del sínodo del año entrante. Pidamos, por intercesión del beato Pablo VI, que la luz del Espíritu Santo guíe las deliberaciones en las reuniones de estos días y en la preparación del sínodo durante un año en toda la Iglesia.
Octubre 2014
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