En la iglesia del monasterio, una joven mujer reza con las manos entrelazadas, ocultando su rostro entre ellas, inclinada sobre sí misma como si en la cercanía de su rostro y rodillas, aquella postura casi fetal, la hiciese sentir más cobijada ante el Señor que, oculto en el sagrario, acogía su preocupación y su dolor.
Otro día, y en otro momento de la jornada, vamos a hacer una “Visita al Santísimo”, antigua costumbre monástica, y la verdad es que no entramos al templo porque al acercarnos se oyen los sollozos de un varón. Él está de rodillas con la cabeza apoyada en la banca de adelante y no nota la presencia que se acerca, llora con angustia y parece estar consciente solo de su dolor y de la necesidad de que el Señor Eucaristía le devuelva algo de paz.
Escenas como éstas se repiten constantemente desde que hemos hecho la opción de tener abiertas las puertas del templo todo el día y todos los días. Muchas personas buscan un lugar para encontrarse con el Señor. Muchas sólo un lugar para reposar sus sufrimientos.
Nos llegan por correo electrónico a la página de internet del monasterio una gran cantidad de peticiones, desde una adolescente de Colombia cuyo primo ha sido raptado por la FARC, pasando por un padre que quiere recuperar a su familia a la que perdió por causa del alcoholismo, hasta una familia que experimenta fenómenos extraños en su casa y en sus vidas o varias mamás que están atribuladas por los exámenes académicos de sus hijos con notas algo deficientes, y así tantas situaciones más…
A todos ellos y a nosotros ¿qué puede decirnos el Adviento?
El Adventus era una ceremonia de la antigua Roma en la que se le daba la bienvenida a un emperador a su llegada a la ciudad. No ocurría demasiado seguido, como es lógico. Y aún en menos ocasiones ocurría que el emperador fuera a otra ciudad que lo recibiese. Algunos contaban en sus vidas la experiencia de un Adventus; otros nunca vieron llegar a su Emperador, pero tenían las referencias de los afortunados que sí lo vivieron.
El Adviento cristiano es esa preparación, esa certeza de que Aquél que es poderoso viene a “mi pueblo”, a “mi realidad”. Con Él vendrá la abundancia y el júbilo. El adviento es el tiempo en que aquello que compone la rutina cotidiana puede ceder el paso a la novedad de lo que ocurrirá. Porque algo ocurrirá. Aquél que viene, y que ya está, trae consigo la promesa de “algo nuevo”. Es lo que dice la antífona de Laudes de este Domingo 1° de Adviento y que hemos rezado en el mundo entero, los católicos: Aquel día los montes destilarán dulzura y las colinas manarán leche y miel.
¿Qué día? El día que esperamos, pero que ya ha llegado. El día del Señor. Adviento es hoy. Hoy tenemos que descubrir dónde y cómo es que “los montes destilan dulzura” en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestra Iglesia, en el mundo.
¿No era hace unos meses solamente que los titulares de noticias se referían a la Iglesia sólo para denunciar horribles situaciones de abusos y complicidades? Pues hoy lo hacen para contar cómo un sacerdote argentino, actual obispo de Roma, está renovando antiguas estructuras y actualiza el mensaje de la Buena Nueva. ¿No comienza a destilar miel de esas estructuras anquilosadas, hoy mismo?
¿Cómo y dónde “manarán leche y miel las colinas” para ese muchacho que lloraba en el templo de nuestro monasterio? ¿y para la chica de la oración escondida?¿y para la familia que pide intercesión?
Aquí está el misterio del Adviento, el cómo y el dónde, son los insondables medios que elige el Señor, pero que podremos verlo según estemos preparados para su llegada.
Todo aquél que espera un acontecimiento importante y próximo aguza el oído y focaliza la visión, centra sus energías y evalúa lo que observa, entonces ve lo que a otros se le pasa de largo. Adviento, nos dice el evangelio de este domingo, es tiempo de “estar en vela”: “Estén preparados..." (Mateo 24,37-44).
El Adviento ni existe, ni se vive, si no lo empiezo en mí. Y desde ese mirar y estar preparado para la llegada de “Mi Señor”, del “Kyrios” que viene a morar en mi espacio, mis preocupaciones , mis temores y mis dudas, desde ese Adviento hecho realidad en mi vida, habrá Adviento para los que me rodean y para los que me encuentro, y cuyas realidades dolientes se revelan a mis ojos atentos.
El Adviento es el tiempo propio de todo corazón contemplativo. En él se vive y se goza la esperanza de algo cierto que no se ve y que incluso, alguna vez parece estar en entredicho con la realidad objetiva. Como una mamá que acuna a su pequeño recién nacido; sólo a su corazón se revela lo que lleva en sus brazos y estrecha contra sí. Para el resto del mundo, es solo un bebito. La madre es una contemplativa de ese misterio de vida.
El adviento es el tiempo de los contemplativos. Y es el tiempo de hacernos más contemplativos de la Palabra y de la realidad. Tiempo de esperanza y de alegría. Tiempo para afinar el oído y la vista, y así contemplar-descubrir dónde y cómo es que se cumple la promesa de Dios: Los montes destilarán dulzura y las colinas manarán leche y miel.
* Adventus del Emperador Marco Aurelio (176 dC) Relieve en mármol en el Arco de Constantino, Roma
* Segunda Venida de Cristo con dos milagros evangélicos, por Alexey Pismenny (Raymore, Missouri, United States)
Diciembre 2013
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