Noche y nieve
Me asomé a la ventana y en lugar de jardín, hallé
la noche constelada de nieve.
La nieve hace tangible el silencio. Es el desplome
de la luz y se apaga.
La nieve no quiere decir nada:
Es sólo una pregunta que deja caer millones
de signos de interrogación sobre el mundo.
Esa mañana amaneció completamente blanca, envuelta en el silencio. El convento dominicano de Dover, Massachussetts, se halla en un suburbio campestre. Al final de bosque detrás del edificio fluye el río Charles que atraviea la ciudad de Boston (Dámaso Alonso: A un río le llaman Carlos). Blacura de la nieve, silencio acogedor: celebrábamos la Solemnidad de la Inmadula Concepción de María.
Cuando nieva con abundancia sobreviene un silencio que lo penetra todo. Este silencio del ambiente se torna interior y es portador de preguntas.
¿Qué significan estas preguntas? Hay que dejarse envolver por el silencio, a fin de que surja el sentido último de nuestro ser, que se expresa en innumerables inquietudes, pero al fin no es sino una gran interrogación que se abre a nuestro destino definitivo.
● ● ●
El silencio
La silenciosa noche. Aquí en el bosque
no se escuchan rumores.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo.
Pero yo no oigo nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
tan escaso se ha vuelto en este mundo
que ya nadie se acuerda de cómo suena,
nadie quiere
estar consigo mismo un instante.
Mañana
dejaremos la verdadera vida para mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
extrañeza
de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
a la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?
¿Qué escuchamos cuando el silencio lo envuelve todo? Si se hace el silencio exterior, podemos escuchar hasta el trajinar de los insectos. Si el silencio es interior, quizá escuchamos las pulsaciones de la sangre. ¿Qué palpitar es éste? ¿Por qué no lo escuchamos fácilmente? Tal vez porque viene acompañado de un silencio extraño, el silencio de estar vivo aquí y ahora. Esto es lo que encontramos en el poema El silencio.
José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939 - fallecido el 26 de enero) tiene la cualidad de hacernos escuchar en su poesía los sonidos más dispares y contradictorios de nuestra civilización, que parecen concentrarse en la experiencia de la contingencia de nuestra vida. Pacheco saber escuchar estos sonidos que dejan de ser mero barullo para convertirse en voces articuladas, interpelaciones, diálogo con nosotros mismos y con nuestro mundo.
La invitación a escuchar el silencio en el que vienen envueltas estas voces es sorprendente. El silencio está allí afuera como la sombra de la noche que lo envuelve todo. En su medio se escuchan innumerables ruidos que son voces.
Este silencio exterior pasa a ser silencio interior. Lo más sorprendente es que se convierte en una voz que nos habla. ¿Qué voz es ésta del silencio? [Una célebre canción de Simon y Garfunkel lleva el título The Sound of Silence]. ¿Quién habla por el silencio y qué nos dice? Es nuestro propio ser el que habla por el silencio; la extrañeza / de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Este silencio no lo hacemos nosotros sino que está allí. Aunque no quisiéramos hacerlo nuestro, este silencio se nos impone. Es la extrañeza de vivir, la zozobra de nuestro ser precario. A nosotros toca acatar este silencio de ser como un don. Entonces, el silencio de ser se transforma en el milagro de estar vivo, de existir.
Este silencio de ser viene siempre acompañado por una soledad que le es connatural: la de nuestra libertad. Cada cual se halla a solas con su libertad. Esta es la primera experiencia de silencio que nos es dado vivir. En él se presentan las voces que nos invitan a poner en juego nuestro ser y nuestra libertad.
Responsable: Francisco Quijano
Marzo 2014
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