• El Sábado Santo es un día, si cabe decirlo así, neutro porque no hay ninguna celebración litúrgica. En las costumbres populares de México, este día era la «quema de judas», figuras de cartón con cohetes que se cuelgan en los árboles, se prenden y truenan para diversión de niños y grandes.
• Este Sábado Santo tiene otras connotaciones simbólicas. Al Símbolo de los Apóstoles (Credo corto), que es una confesión de fe bautismal de la iglesia romana en el siglo IV o V, se le añadió tres o cuatro siglos después una cláusula que dice: «fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos». Esta cláusula proviene de una confesión de fe de mediados del siglo IV en Sirmio, antigua ciudad de Panonia (actual Serbia). El Sábado Santo sería la réplica simbólica de ese lugar neutro, el she’ol de los judíos, en el que habitó Cristo después de su muerte.
• Según la tradición de fe antigua, Cristo estuvo en ese lugar del olvido, muerto entre los muertos, sí, pero a la vez vivo y triunfante, vencedor de la muerte, que llega para liberar de las cadenas de la muerte a quienes yacían en ese lugar. Esta visión tiene, por supuesto, connotaciones míticas que resultan hoy en día de difícil aceptación.
• Sin embargo, la extraordinaria dimensión simbólica que desarrolla una Homilía antigua sobre el Grande y Santo Sábado conserva su valor: Jesús libera por completo de la muerte a la humanidad entera de los tiempos antiguos y de los tiempos futuros. El destino último de nuestra humanidad no es la muerte sino la vida eterna de resucitada.
• Conviene hacer una consideración, no acerca del she’ol, lugar de sombras y de olvido, ni del purgatorio, lugar de purificación tormentosa, ni del infierno, lugar de llamas y de castigo. El joven teólogo Josef Ratzinger, en un libro publicado en 1968, Introducción al cristianismo, hace ver que el «infierno» no es un lugar de tormento y castigo, sino un estado de soledad absoluta: la incomunicación total, consigo mismo, con la naturaleza, con los demás y con Dios. El infierno no son los otros, como diría Jean-Paul Sartre: el infierno es la soledad extrema, dice Ratzinger.
• Un punto más. Cabe hablar de un descenso de Cristo a los infiernos, sí, pero a los infiernos de la maldad extrema de nuestra humanidad, esa de la cual da cuenta la historia de crímenes inconcebibles, como la muerte de Cristo. La suya fue un ajusticiamiento brutal, condenación a muerte injusta, con torturas, en la peor forma de ejecución de la época. Esa muerte es signo, emblema, «sacramento» de las innumerables ejecuciones de crueldad extrema en la historia. A esas profundidades del mal bajo Jesús en su ajusticiamiento.
• Esa maldad es también banalidad del mal, en el sentido en que lo explicó Hannah Arendt, a propósito del genocidio de judíos y otras gentes despreciables que perpetró el régimen nazi: cruda, cruel, inexplicable, injustificable, intolerable, aborrecible maldad. De esa desgracia, Jesús triunfador sobre la muerte y la maldad, ha liberado a la humanidad. Esa maldad sigue, con todo, operante en el mundo, pero tiene la figura abominable de lo que es: maldad pura. Frente a ella, no cabe la normalización, la banalidad, la indiferencia, el silencio cómplice, se quiera o no.
• Tres consideraciones acerca del Sábado Santo: Una Homilía Antigua el Grande y Santo Sábado • El infierno es la soledad extrema, por Josef Ratzinger • Sábado Santo: el día del silencio de Dios, por Francisco Quijano. Leer texto completo (pdf aquí).
Vigilia Pascual de la Resurrección del Señor (aquí)
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