Lecturas: Números 6.22-27 / Galatas 4,4-7 / Lucas 2, 16-21
Botón homilético - Francisco Quijano
• Al rezar el «Ave María» decimos: «Santa María Madre de Dios». Confesar que María es Madre de Dios corresponde a confesar que «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros». En el centro de la fe cristiana está la confesión de que Jesucristo ha venido en carne mortal.
• Esta confesión de fe ya fue puesta en duda desde los orígenes del cristianismo. En su Segunda Carta, san Juan dice: «Muchos impostores han venido al mundo afirmando que Jesucristo no ha venido en carne mortal» (v. 7).
• Al ser circuncidado como cualquier judío, el hijo es María recibió el nombre de «Joshúa, Jesús», que significa «Yahvé salva». Él entra en nuestra historia, comparte nuestra vida, a fin de recrearla y conducirla a la plenitud de Dios. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por todos los siglos» (Hb 13, 8).
• La carne mortal de Jesús se gestó en la carne mortal de María. De esta muerte, que en Jesús y en ella fue, además, una muerte cruel, infligida por la maldad humana, de esta muerte y de esta maldad nos ha rescatado Jesucristo por su resurrección.
• Resucitar es renacer a una vida inmortal, la vida inmortal de Dios. Los padres antiguos de la Iglesia decían que el don definitivo de Dios a nuestra humanidad es llevar nuestra condición de criaturas morales a la vida divina.
• Confesar estos misterios, la humanización de Dios y la divinización de la humanidad, es cantar: «Y Dios se hizo hombre y el hombre se hizo Dios... Ave María, Ave María, Ave María».
• Esta visión de nuestro mundo, nuestra historia y nuestras vidas, como una indefectible bendición de Dios es un misterio, no es fruto de intuiciones nuestras. Ver las cosas así es, ello mismo, una bendición. Lucas nos invita a adentrarnos en este misterio con la madre de Jesús: «María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón».
Lecturas: Números y Gálatas
• Números. El mundo, todo lo que existe, la multitud de criaturas humanas, nuestra historia, todo ello es bendición de Dios. Bene dicere, bien decir: palabra buena, eficaz, crea cosas buenas, hace bien escucharla, colma de bondad.
• Así entendían su vida los israelitas hace siglos, la bendición de Dios los acompañaba: «El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor, te mire con benevolencia y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26).
• Esta bendición, repetida una y otra vez a lo largo de la vida, de los años y de los siglos, es un eco de las palabras de bendición que están en el origen de todo lo que existe: Dijo Dios: ―Exista la luz. Y la luz existió. Y vio Dios que la luz era buena... Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno (Gen 1,3-4.31).
• Una afirmación central de la fe judía y cristiana es la bondad de Dios y de todo lo que existe. Así lo canta Carlos Pellicer en un poema de juventud dedicado a Ramón López Velarde que comienza así:
En medio de la dicha de mi vida
deténgome a decir que el mundo es bueno
por la divina sangre de la herida.
Loemos al Señor que hizo en un trueno
el diamante de amor de la alegría
para todo el que es fuerte y es sereno.
• Gálatas. Nuestra historia parece ser todo lo contario: un mentís a la bendición de Dios. Hay maldad incrustada en ella. Lo más grave: crímenes contra nuestra propia humanidad. Guerras, genocidios, masacres, asesinatos, feminicidios, torturas, afrentas contra la dignidad de las personas.
• Hay, pese a todo ello, una garantía de que la bendición de Dios es indefectible. De ello habla san Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban sometidos a la ley» (Gal 4, 4-5). La esclavitud de la ley, en el sentido en que habla san Pablo, es estar sometidos a una condición de maldad de la que no podemos ser liberados por el cumplimiento de preceptos.
• Por eso añade san Pablo que la obra del Hijo de Dios en nuestra carne mortal tuvo el propósito de «hacer de nosotros hijos e hijas de Dios... en infundir en nosotros el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo Abba, Padre». Pues así era como Jesús llamaba a Dios en su oración.
• El don del Espíritu de Dios y la convicción de que Dios es nuestro Padre es, por decirlo así, la guía y la fortaleza que nos acompañan en la vida para obrar como Jesús lo hizo en su vida mortal para rescatarnos de la maldad.
⦁ Bartolome Esteban Murillo (1617-1682) La Virgen y el Niño
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Reflexión: Julián Riquelme
• Contexto - Palestina, año 1: Se considera a los pastores como gente perdida, alejada y manchada, por no observar las leyes ceremoniales. - Grecia, año 80: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11,28).
• Sentido El Evangelio se refiere a “los pastores, María y el nombre de Jesús”. En él se distinguen estas partes:
• Ida y vuelta de los pastores (2,16-18.20). Los pastores deciden ir a Belén, porque son personas necesitadas, que esperan un Mesías y creen en la Palabra de Dios, comunicada por los ángeles. En Belén contemplan un hecho esperanzador: “Encuentran a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre”. Este encuentro les permite descubrir que amanece la aurora de una nueva humanidad; quienes los escuchan se extrañan, se sorprenden y se asombran. Los pastores retornan con más optimismo a sus labores diarias, porque ven la victoria de Dios Padre y de su Cristo, y porque se sienten apoyados por una fuerza divina en su peregrinar. Lección: Solo Dios es nuestro único Amo trascendente; y es sacrílego que otros seres humanos pretendan ser amos de quienes únicamente pueden ser sus iguales.
• La meditación de María (2,19). María guarda, medita y reaviva en su corazón la memoria de Jesús, de su vida y de su acción emancipadora desde el pesebre hasta la cruz, y colabora con Cristo. Moraleja: El compromiso por la libertad para la humanización actualiza de manera dinámica la historia de la salvación.
• El nombre de Jesús (2,21). El niño tiene apenas ocho días de edad. Sus padres celebran la circuncisión, como es costumbre cultural en Israel. Esta celebración tiene una triple finalidad: 1ª Darle un nombre, que ha de coincidir con su vocación o misión, y que en este caso lo indicó el Ángel (Lc 1,31c); 2ª Incorporar inicialmente al párvulo a la pertenencia del pueblo; 3ª Comprometer a los padres en ayudar en la vocación del hijo. Respecto al nombre de Jesús hay que agregar que este nombre quiere decir “liberador”; con ello se alude a Moisés, que fue el liberador del pueblo de Israel contra la opresión faraónica. Mensaje: El cristianismo solo se comprende desde un serio compromiso por la liberación humana en todos los aspectos.
• Icono de Galicia: Adoración de los pastores
Navidad II: Santos Basilio y Gregorio (aquí)
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