Lecturas: I Samuel 20-22.24-28 / I Juan 3,1-.2.21-24 / Lucas 2, 41-52
Botón homilético – Francisco Quijano
• «La Palabra se hizo hijo del hombre para acostumbrar al hombre a recibir a Dios y acostumbrar a Dios a habitar en el hombre», dice san Ireneo de Lyon (130-202 dC), uno de los grandes padres y teólogos de los primeros siglos del cristianismo.
• «Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres», dice san Lucas en el Evangelio de hoy.
• No solemos imaginar ni pensar así el Misterio de la Encarnación: que Dios tenga que acostumbrarse a habitar en nosotros. ¿Qué tendrá Dios que aprender de nosotros y qué tendrá que desaprender?
• Tendrá que aprender a revelarnos su Divinidad, su condición de Creador del Universo, inalcanzable para nosotros. Eso es lo que dice Juan al comienzo de su Evangelio: «A Dios nadie lo ha vista jamás; el Hijo Único, Dios que estaba en el seno del Padre, Él nos lo dio a conocer» (1,18).
• Tendrá que desaprender o, mejor dicho, enseñarnos a desaprender a ser inhumanos, haciéndose cargo de nuestra inhumanidad: «Cristo Jesús te ha liberado de la ley y del pecado... Dios, al enviar a su Hijo en condición de carne semejante al pecado, para habérselas con el pecado y, en su carne condenar el pecado», dice Pablo a los Romanos (8,3).
• La Fiesta de la Sagrada Familia nos enseña que la familia es el medio por excelencia en el que aprendemos a ser humanos y nos vamos despojando de nuestra inhumanidad. Ser humano no es únicamente recibir por nacimiento la naturaleza humana, es también crecer en humanidad.
• Dios, por su Palabra hecha carne, se halla en medio de nosotros acostumbrándose a ser humano para acompañarnos en nuestro crecimiento en humanidad. El propósito último de esta identificación de Dios con nuestra humanidad es que nosotros terminaremos identificándonos a Él en su Divinidad.
Lectura: Carta Primera de San Juan 3,1-2.21-24
• San Juan dice en su Carta cuál es la contrapartida del Misterio de la Encarnación de la Palabra y la humanización de Dios: es el Misterio igualmente inaudito de la Divinización de nuestra Humanidad.
• ¿Cómo es esto posible? María hizo esta pregunta al mensajero que le anunció la Encarnación en su seno del Hijo de Dios. El Hijo de Dios se hizo hombre despojándose de su condición divina, pero no dejó de ser Dios.
• El Misterio inverso de la Divinización de nuestra Humanidad es al revés: nosotros criaturas humanas, cada quien con su personalidad y su historia, entraremos en el seno de la Divinidad sin dejar de ser criaturas.
• Así presenta Juan este Misterio: «Queridos, ya somos hijos e hijas de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque y lo veremos tal cual es».
• Es estas dos sentencias se encierra todo el Misterio de nuestra Humanidad Divinizada. Más adelante dice: «Quien ha nacido de Dios no peca porque el germen de Dios mora en él; y no puede pecar porque ha sido engendrado por Dios» (3,9).
• Estas palabras de san Juan expresan el culmen del Misterio Humano-Divino en el que participamos. Además de los lazos de sangre que nos unen a una familia y de los lazos de solidaridad con la familia humana, hay un gen divino que nos hace familia de Dios.
• En virtud de ese gen, somos la imagen inversa de Cristo: Él es Dios hecho hombre, nosotros somos criatura humana hecha dios. Esta afirmación, que suena a panteísmo, es la realidad de nuestro destino último.
• Vivimos en el seno de una cultura que tiene por meta lograr la plena realización de nuestros anhelos, si bien las condiciones para lograrlo son extremadamente precarias para miles de millones de gente.
• Sea como fuere el proyecto humano de realización plena, se queda corto frente al inconmensurable don de la vida divina que el Padre nos ha otorgado, cuya manifestación visible es el amor incondicional e inclusivo del prójimo.
• Esforzarse por vivir la utopía de una humanidad de hermanas y hermanos en la justicia, la solidaridad y la paz, es ver nuestro destino no solo como realización humana, sino también y sobre todo como don del amor incondicional de Dios por sus criaturas predilectas.
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Claves para la homilía – Julián Riquelme
• Contexto - Palestina, año 12: Justo a los doce años, los niños israelitas empezaban a ser personas, a tomar sus propias decisiones y a ser responsables de sus propios actos (Rito de paso hebreo: “Benei Mitzvá”). - Grecia, año 80: Lucas crea este relato, para enseñar que el joven Jesús, guiado por la Palabra de Dios, supera en sabiduría a los doctores del judaísmo.
• Sentido Al Evangelio de hoy se lo titula “Jesús entre los doctores”. En él se pueden destacar estos aspectos:
• La decisión de Cristo (2,43). El niño o joven Nazareno opta por quedarse en Jerusalén. Manifiesta así su autonomía y libertad frente a lo particular, representado por sus padres, parientes y conocidos. Esta autonomía no significa una independencia, porque Él dialoga con María y José, y colabora con ellos hasta los treinta años: Él crece armonizando la experiencia humana y la experiencia de Dios (Lc 2,48-52).
• La sabiduría de Jesús (2,46-47). A los doce años, Él participa en una sesión con los grandes doctores o maestros de la Ley del Templo de Jerusalén. Los escucha y les hace preguntas. Por lo general, los maestros de entonces repiten las enseñanzas del pasado. Sin embargo, el pensamiento y las palabras de Cristo impresionan a la gente, por la esperanza nueva, que comunica a todos.
• «Los asuntos del Padre» (2,49). Jesús explica a José y María que Él tiene una responsabilidad, una misión, un trabajo que realizar. Esta misión se irá definiendo más tarde, pues Él es el Mesías: Él va a convocar un nuevo pueblo, de entre las naciones, para que todos sean felices, y participen de la amistad y el amor, que Dios les regala.
San Juan, Apóstol y Evangelista (aquí)
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