Fragmento del Comentario de Martín Lutero a la Carta a los Gálatas. Este comentario es fruto de su curso en la Universidad de Wittemberg; la primera edición es de 1519; en 1523 salió una segunda revisada por Lutero con la asistencia de su colega y colaborador Felipe Melanchton.
Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley (Gálatas 2,16).
«La invocación del nombre de Dios, si de veras fue hecha en lo profundo del corazón y de todo corazón, pone de manifiesto que el corazón del hombre y el nombre de Dios están en la más íntima unión el uno con el otro. Es por lo tanto imposible que el corazón no tenga parte en las virtudes en que abunda el nombre de Dios. Ahora bien, lo que une al corazón humano y al nombre del Señor es la fe. Y la fe a su vez «es por la palabra de Cristo» (Rom 10,17) por medio de la cual es predicado el nombre del Señor. Así está escrito: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos» (Sal. 22: 22), y en otro pasaje: «Para que publiquen en Sion el nombre del Señor» (Sal 102,21). Por consiguiente, así como el nombre del Señor es puro, santo, justo, veraz, bueno, etc., así este nombre convierte en enteramente igual a él mismo al corazón que es tocado por él y por el cual él es tocado (lo que ocurre mediante la fe). Así sucede que a los que creen en el nombre del Señor se les perdonan todos los pecados y se les atribuye la justicia «por amor de tu nombre, ¡oh Señor!» (Sal 25,11); y ello se debe al hecho de que este nombre es bueno, no al hecho de que ellos lo hayan merecido, pues ni siquiera habrían merecido oír el nombre del Señor. Mas justificado así el corazón mediante esa fe que es confianza en el nombre del Señor, Dios da a los hombres «potestad de ser hechos hijos suyos» (Jn 1,12). Pues al instante «derrama en sus corazones el Espíritu Santo» (Rom 5,5) para que los llene con su amor y los haga disfrutar de paz y gozo, los haga practicar todo lo bueno, vencer todo lo malo, e incluso despreciar la muerte y el infierno. Aquí ha llegado el punto final para todas las leyes y para todas las obras que las leyes demandan: todo es ahora libre y lícito, y la ley ha sido cumplida mediante la fe y el amor.
»Volviendo ahora a nuestro texto, nos damos cuenta de lo acertado que está el apóstol al decir: «Sabiendo empero que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino –y precisamente– por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Jesucristo, y no por las obras de la ley». Con estas palabras, Pablo caracteriza cada una de estas justicias. La primera la rechaza, para abrazar la segunda. Haz tú lo mismo, queridísimo hermano: en primer lugar, oye que «Jesús» significa Salvación, y «Cristo», Unción con misericordia, y cree firmemente en esta inaudita salvación y misericordia, y serás justificado. Esto es, cree que Cristo será para ti Salvación y Misericordia, y así será, sin duda alguna».
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