Publico tres párrafos del Discurso de Año Nuevo 1990, el primero que pronunció Václav Havel, recién electo presidente de Checoslovaquia. Propongo a los internautas que visitan este portal, en Chile, Argentina, México, Venezuela, Perú y otros países del Continente, que lean estos párrafos en el contexto actual de sus países con las debidas adecuaciones. Y que respondan a estas dos preguntas:
¿Yo, simple ciudadana o ciudadano, en qué medida soy responsable del funcionamiento de la maquinaria que me gobierna, y en qué medida soy yo creador o creadora, no solo víctima, de esa desastrosa maquinaria contra la cual despotrico?
¿Qué me corresponde hacer a mí, ciudadana o ciudadano, para no cargarle toda la responsabilidad del mal estado de mi país a gobiernos, políticos, instituciones, mafias elitistas, empresarios coludidos, clérigos abusivos y demás parafernalia de la sociedad en la que vivo?
Queridos ciudadanos:
Hace hoy cuarenta años, en un día como éste, solíamos oír de boca de mis antecesores, con mínimas variaciones, siempre lo mismo: hasta qué punto florece nuestro país, cuántas toneladas más de acero hemos producido, qué felices somos todos, cuánta confianza tenemos en nuestro gobierno y cuántas perspectivas fabulosas se nos ofrecen. Supongo que no me han elegido para este cargo para que les siga mintiendo.
Nuestro país no florece. Los grandes potenciales creativos e intelectuales de nuestras naciones no están aprovechados con sensatez. En todo el sector industrial se fabrican productos que nadie quiere, mientras escasean los que necesitamos. El estado, que se autodenomina estado de los obreros, humilla y explota a los obreros. Nuestra anticuada economía malgasta la poca energía de la que disponemos. El país, que en otros tiempos estaba tan orgulloso de la cultura de su gente, gasta tan poco en educación que actualmente ocupa el puesto 72 en la escala mundial. Echamos a perder nuestra tierra, nuestros ríos y nuestros bosques, legado de nuestros antepasados, y hoy tenemos el peor medioambiente de toda Europa. Las personas adultas mueren aquí antes que en la mayoría de los países europeos.
Si hablo de un ambiente moralmente podrido, no hablo sólo de los señores que comen verdura ecológicamente limpia y no miran desde las ventanillas de los aviones. Hablo de todos nosotros. Todos nos acostumbramos al régimen totalitario y lo aceptamos como un hecho irrevocable y, con ello, sustentábamos su existencia. En otras palabras: todos nosotros –aunque cada uno en distinta medida– somos responsables del funcionamiento de la maquinaria totalitaria. Ninguno de nosotros es sólo su víctima, sino que todos somos, al mismo tiempo, sus creadores.
• Discurso completo en la revista Intramuros No 31 Año 2009, pp. 14-17 (aquí)
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