Vicente nació en Valencia el 23 de enero de 1350, entra en la Orden de Predicadores a los 17 años. Al comienzo de su vida activa se dedica a la enseñanza de la filosofía y la teología; se entrega también a la predicación. En 1394 Benedicto XIII, el papa disidente de Aviñón, lo llamó para ser su confesor y asesor diplomático. Pero Vicente se percató del grave daño del cisma para la Iglesia y pide salir de la curia papal para dedicarse de lleno a la predicación. Lo hace en gran parte de Europa: España, Italia, Francia, Suiza, Holanda, Inglaterra. Murió en Francia el 5 de abril de 1419. Publicamos una parte del Sermón del Miércoles de Pascua.
Después de la resurrección, Cristo se presenta a sus discípulos y amigos bajo tres semblanzas o figuras. En primer lugar bajo la forma de peregrino, luego bajo la forma de jardinero, y finalmente bajo la forma de mercader. Se puede deducir que no se presentó en otras formas para poder de este modo expresar las tres formas de vida que había tenido en este mundo: él efectivamente fue peregrino en el tiempo que pasó por la tierra; fue jardinero en su predicación y fue mercader en su pasión.
Respecto a la condición de peregrino, se ve que no quiso tener en esta tierra ni casa ni habitación propia, sino que prefirió andar de casa en casa. Y gustaba repetir: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo de hombre no tiene donde reclinar su cabeza» (Mt 8,20). Esta por tanto fue su vida de peregrino.
En su predicación se comportó como jardinero. El jardinero debe desarraigar las malas hierbas y plantar las buenas, como efectivamente Cristo lo hizo. Mediante la azada de su lengua predicó y con la de su vida ejemplar desarraigó del corazón de los hombres la mala hierba de los errores, de los pecados y de las falsas creencias, y en ellos plantó la virtud. Por eso Dios Padre había dicho: «Mira: yo pongo mis palabras en tu boca –aludiendo a la predicación– y te establezco sobre pueblos y reyes para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar» (Jer 1,10).
En tercer lugar, Cristo aparece en su pasión como un atento mercader, ya que adquirió con el precio de su sangre a todo el género humano, diciendo a Padre: «Recibe, Padre, este precio como redención». A esto alude Pedro: «Ya saben con qué los rescataron de ese proceder inútil recibido de sus padres, a precio de la sangre de Cristo, el cordero si defecto ni mancha» (I Pe 1,18).
Miren cómo se puede resumir toda la vida de Cristo y de ello se deduce que también nosotros debemos ser como peregrinos en nuestra forma de vida; jardineros en nuestro trabajo; mercaderes en saber perseverar.
Este mundo es, en efecto, como una casa con dos puertas: una de entrada y otra de salida, es decir: el nacimiento y la muerte. Y que nadie se haga ilusión, pues absolutamente todos nos encontramos en este mundo como peregrinos y viajeros.
Debemos ser también como jardineros, pues cada uno tiene un campo que es su cuerpo, es decir: la vida presente. Por ello, cada cual debe estar atento y comprobar si en él se dan las malas hierbas, es decir, la soberbia y otros vicios, para desarraigarlos con la azada de discernimiento y plantar en su lugar la humildad y demás virtudes.
Finalmente, debemos actuar como mercaderes previsores, perseverando en una vida santa, para que al término de nuestro viaje, cuando el alma se separe de cuerpo, podamos entrar en la vida del cielo. Cristo es el comprador, el hombre es el revendedor, el ángel de la guarda el mediador.
El seguir de cerca a Cristo es garantía segura del premio, conforme a cuanto el mismo Jesús afirma: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,20).
• Talla polícroma de San Vicente Ferrer por Francisco Salzillo y Alcaraz (1707-1783)
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