ORAR CON LA BIBLIA

El pan del desierto y el vino de la boda
— San Efrén de Siria

«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien como de este pan vivirá para siempre. El pan que voy a dar es mi carne para la vida del mundo»   Juan 6,51

En un lugar desierto, nuestro Señor multiplicó unos cuantos panes y en Caná convirtió el agua en vino. Antes de darles a hombres y mujeres su propio cuerpo y sangre para alimentarse, acostumbró sus paladares a su pan y vino dándoles a gustar pan y vino pasajeros, a fin de enseñarles a deleitarse en su cuerpo y su sangre vivificantes. Les dio gratuitamente cosas de poco valor para que comprendieran que les daría su don supremo con más liberalidad.

Gratis les dio lo que podrían haberle comprado, algo que ciertamente querían comprar, para indicarles que no les cobraría nada por ello. Es más, al hacerlo nos sedujo con afecto, ofreciéndonos estas cosillas sin pedir nada, para atraernos y llevarnos a recibir un don más grande que no tiene precio.

Avivó nuestro deseo con cosas agradables al paladar para atraernos a lo que da vida al alma. Al vino que creó le dio un sabor dulce para mostrar cuán grande es el tesoro escondido en su sangre vivificante.

Vean cómo su poder creador lo penetra todo. Nuestro Señor tomó un poco de pan y en un abrir y cerrar de ojos lo multiplicó. El trabajo que nos llevaría diez meses realizarlo, él lo hizo con sus diez dedos en un instante. Sus se hallaban como tierra debajo del pan y su voz era como un trueno que caía él. El murmullo de sus labios fue como rocío, el aliento de su boca como la luz del sol, y en un breve instante logró lo que de ordinario toma mucho tiempo. Así se olvidó la escasez; de unos pocos panes surgieron muchos, como en la bendición primera: «Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra».

El Señor también mostró a quienes dio sus órdenes el poder de su palabra santa, y cuán pronto recompensaría a quienes la aceptaran. Con todo, no aumentó el número de panes tanto como podría haberlo hecho, sino solo lo suficiente para satisfacer a quienes iban a comerlos.

Su poder no fue la medida de su milagro, lo fue el hambre de la gente. Si su milagro se hubiera medido por su poder, habría sido un portento sin medida. Aun ajustado al hambre de miles, sobraron doce canastas llenas.

Quienes practican algún oficio siempre se quedan cortos ante los deseos de sus clientes, son incapaces de satisfacer sus exigencias. Pero las obras de Dios sobrepasan todo deseo. Dijo el Señor dijo: «Recojan lo que sobra para que no se desperdicie nada», porque quería asegurarse de que no pensarían haber tenido una visión. Una vez conservados los restos por uno o dos días, sí habrían creído que el Señor realmente lo había hecho, y no solo lo habían imaginado.

Cuando tuvieron lo suficiente para comer, se dieron cuenta de que habían sido alimentados en el desierto, como en otros tiempos por la oración de Moisés, y comenzaron a proclamar: «Este debe ser el profeta que había de venir al mundo».

San Efrén de Siria (306-373), diácono, teólogo, poeta, músico, es célebre por sus himnos en honor de los misterios cristianos. Del Comentario al Diatésaron, c. 12.