Una esperanza que ya se ve, no es esperanza; porque, lo que uno ve no necesita esperarlo. Pero, si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia. De este modo el Espíritu nos viene a socorrer en nuestra debilidad. Aunque no sabemos pedir como es debido, el Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar. Y el que sondea los corazones sabe lo que pretende el Espíritu cuando suplica por los consagrados de acuerdo con la voluntad de Dios. Romanos 8, 24-27
Es importante que nos demos cuenta de que no sabemos rezar. Si pensamos en la oración como una técnica que podemos –aún peor, que debemos– dominar y en que nos debemos especializar, corremos el peligro de falsificar seriamente nuestra relación con Dios.
Esta incapacidad de orar, esta imposibilidad sistemática para saber cómo hacerlo, es parte esencial de la visión de las Escrituras acerca de la oración como algo que Dios mantiene bajo su control, sujeto a su administración...
De acuerdo con esta convicción de que la oración no es algo que nos pertenezca por derecho, los primeros cristianos eran muy insistentes en que no debemos presumir de ninguna habilidad para rezar. Como pueblo sacerdotal estamos autorizados a realizar actos de oración, que van de simples gestos como hacer la señal de la cruz y la simple recitación de la oración del Señor a la participación en liturgias muy elaboradas. Pero la intimidad y libertad de la oración, su elemento más profético, debemos contentarnos con recibirlo cómo y cuándo venga.
La única razón que se podría dar para imponer una regla de oración sería que nos dispusiéramos a pasar cierto rato de cada día en la liturgia o en ejercicios del espíritu para prepararnos a la oración, por si la oración llegara. Suponer que nos podemos poner de hecho a rezar de forma íntima por media hora, estos primeros cristianos lo hubieran considerado presuntuoso, si no blasfemo.
Su fórmula para la oración privada, como la encontramos por ejemplo, en Casiano es que debemos orar frecuente y brevemente...
Orar frecuentemente quiere decir aprender a vivir toda nuestra vida con Dios, rezándole a él desde nuestra vida diaria. A menudo nuestra oración parecerá muy trivial, porque mucho de lo que nos ocurre es trivial. Es de hecho una lección excelente en fe y humildad el tener que hacer oraciones triviales. Es un ejercicio de fe, porque requiere que tomemos seriamente el hecho de que, en la Encarnación, Dios ha penetrado todas las cosas. Se ha abajado incluso a las más triviales de la vida humana. Quizás san Pablo tuviera razón al decir que a Dios no le importan demasiado lo bueyes, pero lo cierto es que no hay nada humano que sea demasiado pequeño para su cuidado.
Es también un ejercicio de humildad. Naturalmente, nos gustaría hacer siempre grandes oraciones, pero tal vez no siempre seamos lo suficientemente grandes para grandes oraciones. Quizá nuestros corazones sean demasiado pequeños para contener una oración por la paz del mundo, pero pueden contener una oración muy genuina por la salud de nuestro canario. Se cuenta de un hombre que salió un día y rezó: “Dios ¿para qué es la creación?”. Y recibió esta respuesta: “Esa oración es demasiado grande para ti. Busca una oración de tu talla”. Por fin, se vio obligado a rezar: “Dios ¿para qué sirven los cacahuates?”. Entonces consiguió una respuesta; volvió a casa y descubrió un número increíblemente grande de usos del cacahuate.
Por supuesto, nuestro tamaño no es una constante. Quizá fuera mejor decir simplemente que debemos estar satisfechos con rezar la oración que se nos da. Algunos días nos encontramos ensanchados por la gracia y se nos darán inmensas responsabilidades en la oración. Otros días quizá no encontramos nada que decir a Dios, excepto: “Bueno, Dios, aquí estoy”.
Y debemos recordar que a menudo no entendemos toda la importancia de lo que estamos rezando. Es la oración del Espíritu Santo orando en nosotros lo que de verdad importa, esa es la oración que Dios escucha. Nosotros mismos quizá solo oigamos una fracción. Si discernimos como mejor podamos la oración que se nos da para orar, debemos ser capaces de dejarla, simple y confiadamente, en las manos de Dios, sin mirar demasiado nerviosamente para ver si sale algo de ella o no. A menudo no seríamos capaces de reconocer la respuesta a una oración si viniera a nosotros. Quizá el Espíritu Santo usa nuestra pequeña oración para algún fin mucho más amplio, y su oración puede obtener respuesta aunque nuestra pequeña oración parece pasar desapercibida. Está en manos de Dios desde el principio hasta el fin, y debemos aceptar esto y no tratar de arrebatárselo.
* Simon Tugwell OP, Orar, hacer compañía a Dios. Madrid: Narcea, 1982, pp.103-104, 106-107.
__________
Junio 2013
en-RED-ados
Comentarios, opiniones, dudas acerca de este portal de espiritualidad y de otros temas…
NUESTRA BIBLIOTECA
Documentos en formato pdf para descargar: