El 11 de abril pasado y el 3 de este mes de junio son el aniversario quincuagésimo de la publicación de la encíclica Pacem in terris–Paz en la tierra y de la muerte de su autor, el papa Juan XXIII. Fechas memorables para las generaciones jóvenes de aquel entonces.
La década de los años 60 del siglo XX ha marcado quizá como ninguna otra las décadas siguientes hasta la inicial del siglo XXI. Por razones diversas para gente distinta, pero con algo en común: fueron cambios acaecidos hace cincuenta años que han calado hondo en nuestras vidas de modo que casi no nos damos ya cuenta de ello.
Al papa Juan XXIII se debe haber convocado el Concilio Vaticano II, que fue el crisol entre 1962 y 1965 de cambios notabilísimos en la vida cotidiana de los católicos. Por no señalar sino uno: la reforma litúrgica. Es a no dudar la trasformación de ritos, gestos, lenguaje que ha tocado más amplia y profundamente al común de los fieles. Si todavía hay un camino por hacer –ojalá el papa Francisco convoque a una revisión de la liturgia– esto no anula el que ya fue andado.
En el plano teológico, con consecuencias claras en nuevas perspectivas para la vida cristiana, tenemos las otras tres constituciones del Concilio: Lumen gentiun sobre el misterio de la Iglesia como comunión, Dei Verbum sobre la revelación de Dios y su palabra, Gaudium et spes sobre la presencia y misión de la Iglesia en el mundo actual. Hay que añadir la declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa.
Juan XXIII solo pudo acompañar la primera sesión del concilio. Tuvo, con todo, una influencia decisiva en los tres textos señalados. En su encíclica Pacem in terris presentó los derechos humanos como fundamento de la convivencia en el seno de las sociedades, en la relación de los ciudadanos con las autoridades del estado, entre las naciones y en el plano de la comunidad mundial. Uno de los derechos destacados por el papa fue el derecho de las personas a confesar y practicar la religión que su conciencia les dicte sin ser obligadas ni obstaculizadas por la autoridad política o por cualquier otro agente.
En la encíclica no se menciona un fenómeno que comenzaba y cobraría vigencia en las décadas siguientes: la globalización. Con todo, se señala la interdependencia cada vez más estrecha entre las naciones en el plano de la economía, la política, la cultura. También cuáles deben ser los fundamentos de este intercambio: los derechos colectivos de las minorías y el reconocimiento de los orígenes e identidad de los pueblos, en el contexto de la emancipación de muchas naciones africanas (solo entre el comienzo del ministerio de Juan XXIII y su muerte, Guinea, Camerún, Togo, Malí, Senegal y veinte países más). Se hace un llamado a fortalecer las instituciones de gobernanza mundial.
El papa condena vigorosamente el armamentismo y desenmascara el engaño de la política de disuasión nuclear. El contexto era, paradójicamente, un calentamiento de la guerra fría: en agosto de 1961 se inició la construcción del Muro de Berlín, en la segunda mitad de octubre de 1962 se presentó la crisis de los misiles entre la Unión Soviética, Cuba y los Estados Unidos. Todos estos asuntos fueron incorporados en la constitución pastoral Gaudium et spes.
Junio 2013
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