Botón homilético Francisco Quijano OP
Domingo 24º durante el año (13.9.2015): Marcos 8, 27-35
● ¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién dicen ustedes que soy? ¿Quién dices tú? Enterarse de Jesús, sorprenderse de sus acciones y enseñanzas, quedar intrigado por él, escandalizarse, reaccionar molesto, admirarlo a distancia… Todo eso había en torno a Jesús.
● Hay momentos de definiciones, responder preguntas que no se pueden evadir, frente a otras personas o frente a sí, cuyas respuestas dicen quién eres, dónde estás, con quién estás, qué cuenta para ti en la vida, cuáles son tus convicciones y tus lealtades.
● Jesús busca esa definición de parte de sus discípulos, que den el paso de lo que se dice acerca de él a lo que ellos creen realmente, es una definición doble, frente a Jesús y frente a ellos mismos. Pedro declara quién cree él que es Jesús, piensa haber descubierto su identidad misteriosa (Jesús pedía que se guardara secreto acerca de él).
● Jesús comienza a develar su real identidad, un mesías entregado a manos de otros por fidelidad al Reino, al amor de Dios por la humanidad (No he venido a ser servido sino a servir). Pedro se turba, quiere desviar a Jesús de su camino. Faltaba algo en su confesión de fe: definirse ante Jesús.
• Ilutración del Antifonario de Lorenzo Monaco, 1395-98
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Domingo 24º del Tiempo durante el año: Marcos 8, 27-35
◙ Contexto. • Palestina, año 30: Después de su primera predicación, Jesús se da cuenta que la gente no espera el Reino de Dios, sino el reino de Israel. En tales circunstancias, el Nazareno opta por preparar más profundamente a sus discípulos para que formen una comunidad. • Roma, año 70: Se persigue a los cristianos, porque los romanos no admiten a ningún “mesías”, sino sólo al emperador. Ya desde antes de Juan Bautista, los representantes del imperio eliminan a los candidatos a “mesías” y, si es necesario, también a sus seguidores.
◙ Sentido. El pasaje bíblico de hoy es una “invitación a seguir de cerca al Señor Jesús”. Constituye el eje central del Evangelio de San Marcos. En él se pueden destacar tres elementos:
● El sondeo de opinión sobre “¿Quién es Jesús?” (Mc 8,27-30). La escena se describe fuera de territorio judío, en el Norte, en Cesarea de Filipo. La opinión de la gente sobre el Nazareno es ambigua, porque coincide con las opiniones de la Corte de Herodes, y lo ve como un personaje del pasado (cf. Mc 6,14-16). A su vez, la respuesta de Pedro, como representante de la comunidad, es también ambigua: por un lado, reconoce en el Maestro al Mesías, esto es, al personaje, que aporta la liberación definitiva; y, por otro lado, lo considera un líder nacionalista, que destruirá a todos los enemigos de Israel (cf. Mc 8,32b-33; 9,34; 10,35-45). El Nazareno prefiere pedir silencio sobre su mesianismo (Mc 8,30). • ¿Qué significa para mí Jesús? ¿Cómo puedo seguirlo vitalmente? ¿Cómo respondemos nosotros a Cristo?
● El camino mesiánico (Mc 8,31-33). Esta enseñanza inicia un nuevo mensaje, difícil de comprender humanamente; además, marca el comienzo del “camino” hacia Jerusalén. En el texto se enfrentan dos modos de pensar la práctica por el Reino: el que la concibe de acuerdo al esquema social de un poder impositivo, en cual el Mesías aparece como glorioso y vencedor de los enemigos del judaísmo; y el que la ve como un proyecto de vida, de justicia y de libertad, que el Mesías asume para manifestar el Amor de Dios por todos. Para Pedro es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. • No cualquier confesión de Jesús como Mesías es "cristiana"; lo que la hace tal es el contenido que se le dé. Lo importante es "qué Mesías se dice que es el Nazareno", y hasta dónde se está dispuesto a acompañarlo en su camino (cf. Is 52,13-53,12).
● El sentido del seguimiento (Mc 8,34-35). Si alguno quiere venir en pos de Cristo, ha de desapegarse de la búsqueda del poder y del dominio sobre los enemigos, despojándose de la supremacía del propio "yo", y ha de hacerse solidario y hermano de los otros, con don total. Además, ha de predisponerse a apuntarse en la procesión de los crucificados por el poder, teniendo a Jesucristo como hermano mayor. Finalmente, la única manera de conservar la vida (el propio "yo") es arriesgarla por el Reino y el prójimo; esto no significa destruirla, sino integrarla en una nueva armonía: se trata de buscar la plenitud de la vida en su totalidad. • Lo que Jesús propone tiene como base la exigencia de nuestro ser más profundo, cuyo fundamento es el verdadero Dios. Seguir de cerca al Nazareno garantiza una plenitud de humanidad, porque es saber perder y ganar, morir y resucitar (cf. Mc 8,15).
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