EVANGELIO DOMINICAL

Domingo 2º de Cuaresma


Lecturas: Génesis 12,1-4 / II Timoteo 1,8-10 / Mateo 17,1-9

Botón homilético – Francisco Quijano

• «Este es mi Hijo amado en quien me gozo». Esta es la voz que se escucha en el bautismo y en la transfiguración de Jesús.

• El Hijo amado del Padre, al identificarse con nuestra humanidad, se somete a las mismas pruebas que nos acosan: abundancia, arrogancia, dominación. Este es el significado de las Tentaciones.

• El Hijo amado del Padre, al despojarse de su humanidad en la pasión y la cruz, hace resplandecer el amor de Dios en la ignominia y la muerte. Este es el significado de la Transfiguración.

• Episodio inverosímil, paradójico. Si Pedro, Santiago y Juan contemplaron la gloria divina de Jesús, ¿por qué no lo comprendieron, por qué Pedro lo negó, por qué los demás huyeron cuando lo tomaron preso?

• Jesús mismo, si sabía de su condición divina, ¿por qué se angustió ante su muerte, sintió temor, quiso evitarla, pidió a Dios que lo librara de ella, murió en soledad y abandono?

• Un Himno de los años 40 o 50 en la Carta a los Filipenses ofrece una clave. Dice la primera parte: Cristo no se aferró a su divinidad, se vació de ella, asumió la condición de esclavo, se humilló, murió en la cruz.

• La segunda parte dice: Dios lo exaltó, le concedió un título excelso, de modo que ante Él toda rodilla se doble y toda lengua proclame: Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre.

• El himno presenta un contraste nítido: Jesús es el humillado hasta lo más bajo, una muerte de criminal. Y por eso, Jesús es el exaltado hasta lo má alto, su condición divina, para ser proclamado Señor.

• Antes de la transfiguración, Jesús predice su muerte, su humillación. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, el humillado se transfigura en gloria. Y de repente, queda otra vez él solo en su condición mortal, en su humillación.

• El misterio de la Transfiguración aparece así, de forma inverosímil, para que nosotros en la fe, igual que los apóstoles, reconozcamos al exaltado, no en su exaltación, sino en su humillación.

• Dice el Papa San León Magno (+ 461): «Nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual quedó redimido, nadie tema sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas. Porque por el trabajo se va al descanso y por la muerte se pasa a la vida. Pues el Señor echó sobre sí toda la debilidad de nuestra condición y, si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció y recibiremos lo que prometió».

 

Lecturas: Génesis y II Timoteo

• Estos cuatro versículos del capítulo 12 del Génesis están grabados en lo íntimo de la consciencia de todos los seres humanos y, para que todos los vean y admiren, deberían estar grabados con letras de oro en una infinidad de lápidas por todo el mundo. ¿Por qué?

• En ellos se indica el destino y la condición de todo ser humano. Una voz dice: «Sal de tu tierra a una nueva tierra. Yo haré de ti un gran pueblo. En tu nombre bendeciré a todas las naciones».

• Dios irrumpe en la consciencia humana y en la historia de la humanidad. Dios ordena caminar hacia un nuevo destino que él promete. Dios anuncia una bendición universal para toda la humanidad. Ese destino, esa promesa, esa bendición no son otra cosa sino Dios mismo.

• Esa es la esperanza de la humanidad. Tomás de Aquino, siglos después, dirá en su reflexión sobre la virtud teologal de la esperanza: «De Dios no hemos de esperar nada que sea inferior a Él mismo» (Suma de teología II-II q 17 a 2).

• Por esta esperanza, inscrita en lo más íntimo de la consciencia humana, todo ser humano se convierte en peregrinante, y la humanidad toda en peregrina. En lenguaje teológico medieval, todos somos homo viator, todos somos viatores, todos estamos de viaje en este mundo, todos somos viajeros hacia otra ciudad que no se acaba.

• La carta a Timoteo hace patente el destino humano y la historia para llegar a él, no en lo que podríamos llamar la metáfora o la parábola de Abraham y su destino, sino en la historia real de Jesús y su destino, porque él es en realidad quien representa a nuestra humanidad inmortalizada: «Porque él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia».

• Rafael (1483-1529) La Tranfiguración, 1517-1520 (detalle) – Museo del Vaticano.
• Una lectura del Himno Pascual de la Carta a los Filipenses leer
(aquí)

 

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Claves para la homilía - Julián Riquelme

• Contexto  Palestina, año 30: Los seguidores de Jesús fueron ciegos durante la vida terrena del Maestro, pues no descubrieron quién era Él hasta después de su muerte. Antioquía (Siria), año 80: Después de la experiencia Pascual, los discípulos experimentaron que Jesús era El Mesías, más grande que Moisés, y se convirtieron en peregrinos para comunicar esa vivencia a los demás.

• Sentido La “Transfiguración del Señor” tiene un formato bíblico propio. Es un relato post pascual, que se retrotrae a la vida terrena de Jesús, para mostrar que Él ya era el Mesías de Dios, tuviera o no consciencia de ello. El género literario es una teofanía mesiánica, tejida con elementos simbólicos del Antiguo Testamento, que saben interpretar quienes participan de la cultura judía. El texto presenta una secuencia de tres pasos:

• Subida al monte; transformación de Jesús; aparición de Moisés y Elías (Mt 17,1-3). Se indican tres nombres, porque se describe una experiencia personal interior, no colectiva, similar a la de Moisés, que fue acompañado por tres personas concretas (Mt 17,1ª; cfr. Ex 24,1). En las culturas palestinas, los montes son el ámbito de lo divino, por estar más cerca del cielo, por ejemplo, el Sinaí (Mt 17,1b; Ex 24,9). “Rostro resplandeciente y vestiduras blancas como la luz”: La luminosidad del Mesías refleja la cercanía de Dios, mayor que la manifestada por Moisés, que al bajar del monte tuvieron que taparle el rostro, porque su luminosidad hería los ojos (Mt 17,2; cfr. Ex 34,29-35). “Moisés y Elías”: La Ley y los Profetas, todo el Antiguo Testamento, dialogan con Jesús y su Evangelio supera la Antigua Alianza (Mt 17,3). Lección: La única luz, que transforma a los seres humanos, es la del Amor. En realidad, el Amor ilumina cuando se manifiesta: Únicamente en lo humano se transparenta la luminosidad que viene de Dios.

• Fascinación de Pedro; nube y voz celestial; miedo de los discípulos (Mt 17,4-6). “La tentación de Pedro”: Quiere construir carpas en un mundo separado de la realidad, para dejarse fascinar por experiencias religiosas desencarnadas (Mt 17,4). “Nube y voz”: La nube es signo de la protección de Dios, y, desde ella, resuena la voz, que expresa la voluntad de Dios. “Escúchenlo”, palabra clave de todo el relato: escucharlo sólo a Él, ni siquiera a Moisés y ni a Elías (Mt 17,5; cfr. Ex 24,16). “Temor de los discípulos”: La experiencia religiosa, además, asusta, hace trepidar al ser humano, quien se siente empequeñecido; en el Antiguo Testamento incluso se teme ver el resplandor divino (Mt 17,6; cfr. Ex 19,12; 20,18-19). Moraleja: Escuchar a Jesús es transformarse en Él, y llevar una vida como la suya, es decir, ser capaces de manifestar el Amor a través del don total de sí; es descubrir la voz de Dios en el grito desesperado de cada uno de los seres humanos, que encontramos en nuestro caminar.

• Soledad de Jesús y silencio de los discípulos (Mt 17,7-9). Cristo se acerca a sus acompañantes y los toca, como tocaba a los enfermos y a los muertos (cf. Mt 8,3.15; 9,25-29); los invita a levantarse, como lo había hecho con la hija de Jairo (9,25): ellos están encerrados aún en una religiosidad egoísta, sin aceptar la resurrección (Mt 17,7). Se encuentran con el Jesús histórico solo, no acompañado de Moisés y Elías (Mt 17,8). Cuando se redacta este Evangelio, el Nazareno está resucitado; por tanto, ahora es necesario comunicar esta “visión” a todos (Mt 17,9). Mensaje: Dios está en la profundidad de mi propio ser (cf. Mt 1,23; 18,20; 28,20); la resurrección no está después de la muerte ni la dicha después del sufrimiento, sino que la Vida Nueva ya está en mí, como una realidad presente. La mayor gloria de Jesús y la de todo ser humano, es el don de sí, la muerte por amor.

• Beato Angelico (1395-1455) Fresco de la Transfiguración en el Convento de San Marcos, Florencia, 1440-1442.

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