VIDAS Y AVENTURAS

Joe Biden: La historia, la fe y la razón nos enseñan el camino


   De Joseph R. Biden se sabe por las que pasó desde niño y las desgracias que aquejaron a su familia: el accidente de su primera esposa, Neilia Hunter, y su hijita, Naomi; la enfermedad mortal de su hijo mayor, Beau. El amor de Jill, su segunda esposa, que lo reinventó. Tuvo fracasos en su carrera política. Enfrenta ahora tiempos difíciles como presidente.
   En su Discurso inaugural dijo Biden: En esta hora, amigos míos, prevaleció la democracia. Frente a un ataque inaudito de mentiras, presiones desde el poder, capitulación de políticos, prevaleció porque cada quien pudo expresar su voluntad al votar, los votos se contaron, y varias veces, las instituciones jurisdiccionales cumplieron su papel al certificar los votos... y porque hubo millones de personas que creyeron y salvaguardaron los valores de un régimen democrático. No hay democracia sin gente que crea en ellla y la defienda.
   Este espacio, Vidas y Aventuras, recoge historias que nos hacen crecer en humanidad. Publicamos fragmentos de su Discurso inaugural, que hablan de los propósitos que animan una vida en sociedad... en Estados Unidos y en todas partes: unidad, paz, verdad, libertad, igualdad, solidaridad.

 

Hoy celebramos la victoria no de un candidato, sino de una causa: la causa de la democracia. La voluntad del pueblo ha sido escuchada y la voluntad del pueblo ha sido acatada. Una vez más hemos aprendido que la democracia es preciosa, que la democracia es frágil. Y en esta hora, amigos míos, la democracia ha prevalecido.

Nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal de nuestra nación de que todos hemos sido creados iguales, y la dura y espantosa realidad de que el racismo, el nativismo, el miedo y la demonización llevan mucho tiempo separándonos. La batalla es perenne y la victoria nunca está asegurada.

La historia, la fe y la razón nos enseñan el camino: el camino de la unidad. Podemos vernos unos a otros no como adversarios, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, dejar de gritar, bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, solo amargura y furia; no hay progreso, solo ira agotadora. No hay nación, solo un caos permanente.

Empecemos a escucharnos unos a otros, a oírnos unos a otros, a vernos unos a otros, a respetarnos unos a otros. La política no tiene por qué ser un incendio voraz que destruye todo lo que encuentra en su camino. Cualquier desacuerdo no tiene por qué ser causa de guerra total. Y debemos rechazar una cultura en los hechos mismos se manipulan y hasta se fabrican.

Hace siglos, san Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que un pueblo es una multitud que se define por los propósitos compartidos que ama. ¿Cuáles son los propósitos comunes que amamos y nos definen como estadunidenses? Creo que lo sabemos: oportunidades, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y, sí, también la verdad.

En semanas y meses recientes hemos aprendido una lección dolorosa: hay verdades y hay mentiras. Mentiras que se cuentan por afán de poder y por provecho propio. Cada uno de nosotros tiene el deber y la responsabilidad como ciudadano, como estadounidense, y especialmente los líderes –líderes que se han comprometido a honrar nuestra Constitución y a proteger nuestra nación– de defender la verdad y derrotar las mentiras.

Tenemos que poner fin a esta guerra incivil que enfrenta al rojo con el azul, a lo rural con lo urbano, a conservadores con liberales. Podemos hacerlo si abrimos nuestras almas en vez de endurecer nuestros corazones, si mostramos un poco de tolerancia y humildad, si estamos dispuestos a ponernos en el lugar de otra persona solo por un momento.

Son momentos de prueba. Nos enfrentamos a un ataque a la democracia y a la verdad, a un virus atroz, a una desigualdad punzante, a un racismo sistémico, a una crisis climática y al papel de Estados Unidos en el mundo. Cualquiera de estas amenazas bastaría para ponernos en serios aprietos. El hecho es que nos enfrentamos a todas ellas a la vez, lo cual poner a este país ante una responsabilidad enorme. Estamos a prueba. ¿Saldremos adelante?

Juntos vamos a escribir una historia estadounidense de esperanza, no de miedo. De unidad, no de división. De luz, no de oscuridad. Una historia de decencia y dignidad, de amor y sanación, de grandeza y bondad. Que sea esta la historia que nos guíe. La historia que nos inspire. Y la historia que cuente a los tiempos venideros que supimos responder a la llamada de la historia, que estuvimos a la altura del tiempo presente. Que la democracia y la esperanza, la verdad y la justicia, no murieron cuando estuvimos en guardia sino que prosperaron.

• Un análisis del discurso por Luis Antonio Espino, especialista en discurso político y manejo de crisis, en la revista Letras Libres (aquí)